El baile y el fútbol alivian en su encierro a cientos de mujeres

En el Centro de Rehabilitación Femenino,  en El Inca.       Decenas de mujeres   realizan bailoterapia, de lunes a viernes,  como una manera  para combatir el sedentarismo.

En el Centro de Rehabilitación Femenino, en El Inca. Decenas de mujeres realizan bailoterapia, de lunes a viernes, como una manera para combatir el sedentarismo.

‘Contra la pared... eh... eh...”. La canción de reggaetón se escucha fuerte en una grabadora de parlantes con filos rojos : 19 mujeres se mueven a pesar del notorio cansancio de sus rostros acalorados. Los movimientos son intensos, rítmicos, coreográficos.

“Contra la pared…”, la sesión de bailoterapia llega a su final y de la pegajosa canción queda apenas un eco que se extingue de a poco en el Centro de Rehabilitación Social Femenino Quito, ubicado por El Inca, en el norte.

La intensa sesión de una hora termina a las 08:00. Es un viernes de octubre. Las mujeres aplauden, sonríen y parece que ninguna tiene apuro por irse. Distinto a lo que suele ocurrir a esas horas en los gimnasios o en los parques, donde otras mujeres, -tras su entrenamiento de rigor- acuden al trabajo o retornan a su casa.

Pero las personas privadas de la libertad (PPL) si tienen algo preciado es el tiempo libre. Por eso se quedan reunidas alrededor de Mariana Pérez, mexicana de padre ecuatoriano, detenida hace casi dos años por tráfico de migrantes. Ella empezó con el baile en este lugar, días después de ser apresada.

Sin premuras, algunas de sus pupilas se retiran para esperar turno y bañarse en uno de los tres grandes pabellones que albergan a unas 500 mujeres detenidas por robo, venta de drogas...

Otras se quedan sentadas en los dos pequeños graderíos que rodean a la única cancha del lugar, un sitio multiuso porque allí bailan, juegan fútbol, baloncesto, ecuavóley. Otras caminan, conversan y muchas también fuman.

Pérez, con su metro y medio de estatura, lidera con solvencia el grupo. “Mueva lo que es suyo”, es una de las frases más recurrentes de esta madre de seis hijos, quien lleva el cabello negro y corto.

Lo repite mientras pasea por entre sus pupilas y les corrige algún brazo que no suben como es debido o una espalda encorvada.

Ahora tiene 40 años y hace seis comenzó a dar clases de baile en la sala de su casa, en las afueras de Quito. Allí acudían sus vecinas, con las que aprendió a hacerse canchera. Luego tuvo grupos más grandes, dio clases en parques y en gimnasios. Por eso, ni bien pisó la cárcel planteó la opción del baile. Lo hizo además como una forma personal de sobrellevar el forzado alejamiento de los suyos.

Esta terapia rítmica para bajar de peso y divertirse, que empezó como algo informal, ha tenido tan buena acogida que de lunes a viernes acuden hasta 40 mujeres a las 07:00. Incluso, la actividad ahora es parte de la puntuación que suman las PPL para lograr luego la ‘prelibertad’, estado al que pueden acceder cumplidas las tres cuartas partes de su condena. Pérez está en ese proceso y para que el ritmo no se detenga formó a sus sucesoras, tres meses atrás. Empezaron 12, pero solo cinco obtuvieron un certificado como instructoras de baile.

Una de sus pupilas más destacadas es Sandra Pereira, portuguesa de 33 años quien fue detenida en el aeropuerto de Quito cuando intentó volar a Europa con 12 cápsulas que contenían 200 gramos de cocaína en su estómago.

El trato, por el cual le iban a pagar unos 7 000 euros, especificaba que debía llenar su cuerpo con 60 cápsulas. Con una mueca resignada reconoce que lo hizo por el dinero. “La situación en Portugal no es buena”, dice, mientras hace referencia a la crisis económica que afectó también a su país, donde se quedaron sus cuatro hijos, todos menores de edad.

El baile ha sido básico para sobrellevar los días lejos de su casa y dejar, al menos un poco, el cigarrillo. Cuando ingresó fumaba una cajetilla (20 unidades). Ahora bajó a la mitad y es de las nuevas instructoras que asumirán cuando Pérez deje la cárcel. “El baile nos permite olvidarnos por un momento del encierro”.

Nadie domina la pelota como Gissela, de San Roque

Ver, oír, callar. Es una de las principales reglas que se cumple en la cárcel de mujeres de Quito, donde el deporte, en especial el fútbol, es una manera de oxigenar los días de encierro.

A cualquier hora los partidos se arman en un santiamén, casi tan rápido como los porros de marihuana o bazuco que se fuman en los rincones de la prisión, a pesar de las rondas constantes de los guardias y la vigilancia policial.

Por estos días los partidos del torneo interno, que tendrán sus finales a mediados de diciembre, son la atracción del lugar.

Las principales organizadoras son María Ortiz y María Morales. Esta última, de 49 años y quien paga una condena por vender drogas, es la principal árbitro del certamen. “No es una tarea fácil dirigir un partido aquí dentro”, recalca, risueña.

Se juega los días de visita, miércoles, sábados y domingos, para aprovechar que las futbolistas tengan barra propia y para también entretener a quienes, por diversas razones, no tienen visita.

Nueve equipos, con vistosos uniformes, réplicas del Inter de Milán, la Tricolor y otros, participan. Pero solo uno, el que representa al pabellón Altamira, tiene a Gissela Díaz, quien mueve el pequeño y pesado balón #3 de índor como ninguna.

Con sus piernas un tanto arqueadas, como jugadora de barrio o de potrero, es temible con su drible y su fuerte disparo.

Por su habilidad le dicen Ronaldo, por el astro del Real Madrid. Ella ríe cuando escucha ese apodo, pues en realidad es fanática del argentino Lionel Messi.

Los sub 40  no jugaron por la lluvia  

El ambiente  en la cárcel de varones es aún más pesado con la lluvia que cae e impide que  uno de los equipos de fútbol se presente  en la cancha. Los del  otro conjunto, Lagartos SC, topan con un  balón  blanco   con negro.    

Santiago Lara, fornido y alto, es el capitán del equipo que lleva  ese  nombre por alusión a la antigua ‘Lagartera’, sitio en el que antes  estaban los  detenidos más peligrosos.
 Con una sonrisa  de alivio,   asegura que ese lugar  ya no existe en el Centro de Rehabilitación Social de  varones,  que alberga a más de  mil  personas privadas de libertad (PPL).  

El pelotero, quien  en la parte de atrás de su camiseta  tiene escrito  ‘Thiago’,   dice  que ahora la cárcel es un lugar más llevadero, un poco mejor  que    cuando  él llegó por estar involucrado en una pelea en la que resultó muerta una persona  ocho años atrás.

Él organiza los torneos deportivos de fútbol, baloncesto, ecuavóley y barajas   en el Pabellón B.  Ahora mismo, allí  se está jugando  un torneo para mayores de 40 años en el que intervienen  12 equipos.

Pero el más bravo es el  ‘inter cárceles’ , que se realiza  una vez al año con los  campeones de cada centro. Así lo confirmó  Álvaro Flores, coordinador a escala  nacional del deporte    y la  recreación.  

Lara, quien ahora tiene 42 años y un  prominente estómago que no le impide hacer los  goles, reconoce que los varones no son tan organizados como   las  mujeres. “Aquí   llueve un poco y ya no salen a jugar”,  dijo con una  carcajada que se pierde en el patio   mientras  las PPL hacen fila para el esperado rancho.

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