Realismo o fantasía, un análisis o un juego, importante o insustancial: lo cierto es que la historia reciente marca que el favoritismo suele ser letal en los mundiales. Lo sufrieron como pocos Argentina y Francia en Japón-Corea 2002, cuando llegaron como finalistas decretados y se fueron antes que nadie, o Brasil y Alemania en 2006, cuando la Copa quedó para una Italia que parecía devastada.
Quizá por eso todos le escapan al bendito o maldito mote como intentó hacerlo Piqué, el defensor del Barça, tras el sonoro tropezón de España en el debut: “Así se acabará la tontería de que somos favoritos”, bramó, como quien se saca un peso de encima.
La Argentina, frente al desafío de Sudáfrica 2010, recorrió un camino inverso. En marzo pasado, en una encuesta realizada por La Nación entre 125 periodistas de los cinco continentes, no solo no figuraba entre los grandes candidatos -Brasil y España-, sino que aparecía entre las grandes decepciones, junto con Francia. Eran tiempos en los que estaban frescas, todavía, las imágenes de la clasificación y en ciernes, aún, las notables campañas de los delanteros argentinos en Europa.
Decía Paolo Condó, de La Gazzetta dello Sport , hace unos días: “La Argentina tiene todo para ser campeón. Tiene al mejor jugador del mundo, aunque ustedes no lo entiendan. Tiene al mejor atacante del mundo, Milito. Maradona es la duda, pero debo decir que ha tenido un coraje enorme para asumir este desafío. En el Mundial de timoratos, la Argentina impone respeto y hasta temor, justamente porque cuenta con una variedad de nombres para atacar. Pero quedarse solo en eso, no advertir que hay errores por corregir y un largo camino por recorrer.