Un grupo de argentinos estuvo desde temprano, ayer, en las playas de Río. Ellos llegaron a apoyar a su Selección. Pablo Campos desde Río de Janeiro/ EL COMERCIO
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No hay nada más feo que un día de playa con lluvia. En Copacabana, uno de los balnearios de Río de Janeiro, llueve desde el martes.
Sí, desde ese día maldito para el fútbol brasileño, el día cuando las esperanzas del hexacampeonato fueron pulverizadas por esa máquina de perfección para jugar al fútbol llamada Alemania.
En la playa llueve y el ambiente no es el mejor para los locales. Si bien la lluvia estaba pronosticada para ayer y para hoy, encontrar la playa desierta no calza en el estereotipo de la festiva Río de Janeiro.
En el país del fútbol, la derrota de su Selección pegó, y pegó fuerte. Hay un rictus de tristeza en las caras de los botones, de los atletas que corren por el malecón, del policía que está en la esquina y que aún no digiere el hecho de que el Mundial millonario que organizó el país irá a manos de otros, este domingo.
Las dos opciones no gustan mucho a los brasileños, según cuenta Claudio, mesero del restaurante La Maison: “Por un lado están los alemanes, que nos humillaron.
Y por otro están esos argentinos”, dice y señala a un grupo de hinchas claramente identificados con la albiceleste.
Por las amplias veredas de la Rua Atlántica, en donde está ubicada Copacabana, el desfilar de ‘Messis’ y ‘Dimarías’ (las leyendas más repetidas en las camisetas de los hinchas) es constante.
También se miran camisetas de Estudiantes de La Plata, de Banfield y de River Plate. Es una oleada de argentinos que se identifican fácilmente por su acento y por las bromas que se hacen entre ellos.
Su alegría es evidente. Juegan entre ellos y sonríen mucho.
Cientos de argentinos
A lo largo de la Rua Atlántica, la mayoría de carros aparcados tiene placas de Argentina. Gente como José llegó de Buenos Aires en su Fiat Palio y ha hecho de su automotor su vivienda.
Compra panes para hacer sánduches y los consume con el infaltable mate. No tiene entrada para la final, pero se ilusiona con que los precios en la reventa bajen: hasta ayer se ofertaban entradas en USD 800 y USD 1 000, según su testimonio.
“Los brasileños mismos están vendiendo sus entradas porque ya no les interesa el Mundial, luego del baile que les dieron”.
En la playa de Río, los hinchas que arribaron en buses y autos particulares hacen el ritual de todo aventurero en la playa: intercalan chapuzones en la fría agua e ingieren cervezas en los descansos de su actividad acuática.
Y los argentinos se hacen sentir. Lo hacen entonando un canto que han repetido durante todo el Mundial: “Brasil, decime qué se siente, tener en casa a tu papá”.
Claudio, delgado y de piel roja por el sol, cuenta que el canto inicial fue de su querido Boca Juniors para River Plate, cuando el equipo descendió en el 2011.
Ahora se lo adaptó para la Selección”, dice el bonaerense, que se tatuó en el cuerpo la bandera del equipo ‘xeneize’.
Ariel lleva la camiseta de Estudiantes de La Plata en sus manos y considera al entrenador Alejandro Sabella como un ídolo total. Él disfruta viendo el dolor de los brasileños. “Nuestra alegría es completa”.
Más allá, Leandro Montagna y Facundo Molina caminan por la avenida de Copacabana, puestos la camiseta albiceleste. Acaban de regresar de São Paulo.
Ellos dicen que solo les importa Argentina. Que les da igual lo que sientan los brasileños. Eso sí, aclaran que Alemania será el rival más duro que tendrán en el torneo, pero que también son un equipo sólido.
Y esa algarabía la mostrarán en el estadio Maracaná y después en las playas de Río.