En general existe una enorme decepción entre los opositores al Ingeniero, pues finalmente el ‘feroz’ rival que buscará la presidencia de la Ecuafútbol será Jaime Estrada, un casi treintañero que no exhibe prácticamente ningún antecedente sólido para merecer tan alto cargo.
Su hoja de servicios al fútbol ecuatoriano es tan escasa y tan liviana que, en principio, su candidatura no puede compararse con la del Ingeniero. Para ser justos y medirlos como dirigentes de clubes, sus logros son totalmente opuestos, pues Deportivo Quito fue subcampeón con el Ingeniero mientras que Manta acaba de irse de bruces a la Serie B. Si no puede con su club, ¿cómo puede proclamar que puede liderar a 24 y las respectivas asociaciones?
El único gran mérito de Estrada está en el campo de lo anecdótico, cuando anotó un gol como jugador mientras era al mismo tiempo presidente. Esto nos lleva a preguntarnos si Estrada, en caso de liderar la Ecuafútbol, acaso se dejará tentar por la caprichosa idea de hacer lo mismo en la Tricolor. Es algo que alguna vez soñó Abdalá Bucaram, quien hasta quería jugar con el número nueve y medio en el dorsal, ante el espanto de Maturana. Menos mal se cayó antes.
Tampoco cuadran mucho sus ofertas, pues habla de perdonar a los dirigentes castigados por insultar a los colegas de la Ecuafútbol (¿entonces es válido insultar bajo el amparo de la resistencia?, ¿el Reglamento ya no vale?). También quiere despedir a Vizuete y traer un DT de ‘jerarquía’, curiosa promesa de alguien que no pudo hacer lo mismo con Manta.
La candidatura de Estrada debilita enormemente la posición de quienes piden cambios profundos en la Ecuafútbol, de quienes piden más apertura para nuevas ideas y formas más democráticas de desarrollar el fútbol nacional. Y es un triunfo para el Ingeniero, que se frota las manos ante el pichón que le han servido. Provecho.