Pablo Hermoso de Mendoza y el indulto a un bravo toro

El rejoneador navarro, a lomos de Churumay, recibe al bravo toro Villancico, que indultó. John Jairo bonilla/EFE

El rejoneador navarro, a lomos de Churumay, recibe al bravo toro Villancico, que indultó. John Jairo bonilla/EFE

Villancico, negro, lustroso, pequeño, despuntado, salió y atacó raudo, fijo, codicioso, encelado sin tregua. De no haber sido Pablo su rival quién sabe que hubiese pasado. Porque fue tal su imparable codicia que por momentos llegamos a preguntarnos si el navarro podría someterlo. Auténtica confrontación de excelsitudes y la moneda sobre su filo. Así fueron las primeras escaramuzas. Toro y torero, a milímetro del anca, templada, mandona como una muleta, y el galope a dúo circundando el ruedo, una y más veces, con son y emoción, y la reunión no se rompía, y la plaza, tres cuartos, que se caía.

Primero con Churumay, y luego sobre Chenel, Pirata y Viriato, levitó. Los rejones y las banderillas, parecieron nada más que pretextos, para las composiciones estéticas. He visto a Hermoso grandioso muchas veces, en muchas partes, pero jamás como aquí. Quizá porque jamás lo vi con un toro que peleara como este, fue tanto y tan largo su derroche que al final mostró fatiga y la gente, fuera de sí, no quiso que muriera, y el presidente tampoco, y él volvió solo, maltrecho pero digno al toril. No sé quién fue más afortunado, si Villancico por toparse con Pablo o al contrario, lo que sí sé es que la obra que construyeron juntos no se olvidará en esta plaza.

E l sexto fue más grande pero manso, y Hermoso, otro Hermoso que descendió de las nubes al suelo, se descolocó. Mejor dicho convenció a quienes no querían creerlo, que también es humano.

M anuel Libardo echó en sus dos faenas un manifiesto por el aseo y la pinturería, luciendo con dos noblotes, poca cosa. Mató mal a uno, y dio la estocada de la feria al otro, saliendo cogido y negada la puerta grande por este palco regalón.

Iván Fandiño declaró al final: "es imposible, me voy de América y no me ha salido un toro que me permita dar siquiera una tanda a gusto".

Los cuatro vistahermosas, para los de a pie, de una pobreza franciscana, sin trapío, sin pitones, sin bravura, sin fuerza y sin alegría. El toro no toro. Los de Ernesto Gutiérrez para rejones, uno pequeño bravo y el otro grande, manso.

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