Julián López salió por la Puerta del Principe de la Plaza de la Real Maestranza.
Un soberbio lote de toros de Garcigrande, y en especial el quinto, premiado con la vuelta a ruedo, además de un presidente demasiado dadivoso regalaron a El Juli el privilegio de salir a hombros por la Puerta del Príncipe al final de la corrida de este jueves de la feria de Abril de Sevilla.
La concesión al madrileño de las, en otras ocasiones, casi inalcanzables tres orejas que se necesitan para ello fue esta vez un aval demasiado escaso para que el madrileño franqueara el umbral de la gloria, por la ligereza de pañuelos presidenciales y porque su actuación rayó por debajo de la calidad de sus dos toros.
Ya la que le concedieron del segundo de la tarde fue una oreja tan barata como protestada, pues el trasteo que Juli le hizo a un astado noble y claro, aunque sin excesiva chispa, pecó en ocasiones de una seca dureza de muñecas y no llegó a calentar al tendido, salvo en su efectista tramo final.
Pero el toro de la corrida, y a buen seguro que será también uno de los de la feria, fue el quinto, ‘Arrogante’ de nombre y de hechuras, fino, bien cortado, de irreprochable y bella lámina, que además dio un juego sobresaliente. Un toro que define una ganadería.
Descolgando el cuello hasta poner el hocico en la arena en cada embestida, abriéndose con clase en cada embroque y repitiendo con un ritmado galope, el de Garcigrande acudió a todos los cites con prontitud, nobleza y entrega.
Por eso pareció impropio e inmerecido, sobre todo para el animal, el planteamiento técnico de El Juli, que, en vez de responder con la misma entrega y sinceridad, se aplicó casi toda la faena con visibles e innecesarias ventajas.
Salvo en una buena serie de naturales a mitad de faena, en la que enganchó y llevó en largo trazo con los vuelos de la muleta esas embestidas de tanta clase, en ocasiones del mayoritario muleteo derechista el veterano espada madrileño se colocó muy sesgado con las embestidas, sin ofrecer los frentes, toreando casi en escuadra.
Y tanto como para pedir, con talante festivalero, esas dos orejas que el presidente concedió con sobrada alegría y ninguna exigencia, aunque con más reticencias, el pañuelo azul para el bravo cuatreño salmantino.