Al finalizar el festejo, Enrique Ponce (izq.) y Andrés Roca Rey se fueron a hombros. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO
La historia de la fiesta brava en Ecuador tuvo ayer una página única. Un torero grande, un clásico y una explosión del futuro se encontraron en un mano a mano que, en lo numérico se saldó con siete orejas y un rabo, y en torería, con un torrente de arte y entrega.
Antes del paseíllo el público guardó un minuto de silencio en memoria del exPresidente Sixto Durán Ballén y de los matadores Rodolfo Rodríguez, ‘El Pana’, Víctor Barrio y el novillero Renatto Motta que en distintas plazas del mundo entregaron su vida por el toreo.
En tarde con lluvia intensa y un llenazo hasta la bandera, se lidiaron toros de Huagrahuasi y Triana, al tercero se le dio la vuelta al ruedo tras petición de indulto. Los demás fueron aplaudidos en el arrastre.
En el primero, con romana y calidad, Enrique Ponce dejó su elegancia y sapiencia con bellos lances de recibo y cortó una oreja celebrada pese a la colocación defectuosa de la espada. Faena medida de pozo y tiempo, con temple magistral.
Fue el momento crucial de la corrida el conjunto de la faena al tercero. Los lances de recibo de torería plena, la inteligencia para entender el toro y sus exigencias, la clase y temple en el pitón izquierdo de ritmo y las complicaciones de un lado derecho por el que el toro también rompió, mostraron que la ciencia del toreo es, con Ponce, cumbre y con él, el arte aflora. Ponce mandó a callar la música para tocar él con la espada y la muleta la más hermosa partitura. Es una de las faenas más bellas pocas veces vistas, con naturales, derechazo y poncinas de remate cuando la plaza entera estaba en trance. Pedido de indulto, estocada que rompió el acero y dos orejas y un rabo y una vuelta en colosal éxtasis. Vuelta al ruedo al toro.
Como Ponce, debutó Andrés Roca Rey en Latacunga. Si Ponce dejó cátedra de la historia escrita, Roca empezó a labrar la historia del futuro. Faena fresca, con buen manejo del capote y la muleta y espléndida puesta en escena logró llenar las expectativas de un público ávido por ver con sus propios ojos todo lo que su corta pero vibrante trayectoria marcaba. Faena de buen conocimiento y conexión. Estocada y dos orejas.
La papeleta para limeño en su segundo era compleja ya que le tocaba romper el sueño mágico de los espectadores con el faenón de Ponce. Roca Rey se engalló y pese a tener un toro complejo, que miraba y exigía, logró ir poco a poco dando vuelta a una faena que terminó con los decibeles altos y el público volcado frente a este nuevo fenómeno. Valor, torería y gracia acompañan al nuevo ídolo que en el esplendor de la fiesta sabe estar, jugarse, pasarse al toro cerca y meter al público en su libreto. La gran estocada de la tarde la recetó Andrés al cuarto y puso cerrojo a su vibrante faena con dos orejas a ley.
Al finaliza al festejo los dos toreros se fueron a hombros, la gente feliz decía a la salida que el sueño del toreo grande continúa en la música callada que cantó el poeta Bergamín o en la orquesta que toca una sinfonía de arte y torería. ¡Viva el toreo!