A Francisca Urbina, la suegra del seleccionado tricolor Michael Arroyo, le estropearon la sorpresa del gol.
El televisor de su casa tiene la señal retrasada con unos pocos segundos. Así que mientras ella (apenas) veía que Walter Ayoví tomaba viada y se aproximaba a cobrar un tiro libre, en todo el vecindario ya celebraban el cabezazo de Énner Valencia que terminó en gol. Hasta ese instante, Ecuador le ganaba 1 a 0 a Suiza, y Arroyo no se estrenaba en el cotejo.
En Tulcán y Sedalana, el sureño sector guayaquileño donde queda la casa de la suegra de Arroyo, las puertas permanecen abiertas.
Así que es frecuente que los olores y sonoridades se filtren en uno y otro hogar. Lo mismo da si se trata de un encocado de gallina o de la estruendosa ruptura de una botella de cerveza (que nadie tacañea, que todos comparten).
Al minuto 69 del segundo tiempo ingresó al campo Michael Arroyo y, por supuesto, la más emocionada en esta casa fue su esposa, Wendy Proaño. Cerca del televisor de la casa: un portarretrato con la foto de Arroyo en la que se lo ve en atléticas condiciones.
Muy próximo de esa casa, en la Av. del Ejército y Capitán Nájera, un vecindario patrióticamente servicial diseñó una bandera ecuatoriana de casi 12 metros de largo y le añadió la optimista leyenda “Sí se puede”.
En el patio de comidas del centro comercial Mall del Sol (norte de Guayaquil) se formó una trinchera de griteríos. Todos estaban replegados a un televisor plasma de medidas considerables. La fiesta coral ecuatoriana continuó, indistintamente del sector donde se lo mire.