Andrea Rojas fue la abanderada tricolor en el Panamericano de la disciplina. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
Turín hizo madurar a Andrea Rojas. La escaladora quiteña reside sola en la ciudad italiana hace tres años, donde combina sus estudios universitarios con su preparación deportiva y las responsabilidades que implica vivir sin sus padres: arreglar su departamento, cocinar, lavar y más.
Ese ya es un tema fácil de sobrellevar para la deportista de 23 años. Lo que sí le afecta es estar distanciada de sus seres queridos; se considera una mujer apegada a su familia, extraña los mimos de su mamá, los consejos de su papá y las conversaciones con su hermano menor.
“Es un reto pero forma parte del aprendizaje. Me fui porque quería cambiar de ambiente y mejorar mi rendimiento”, contó la quiteña, que consiguió una medalla de plata –en la categoría velocidad- en el último Panamericano de Escalada, que se realizó en Guayaquil.
Domina el italiano, porque desde niña lo estudió. Ella se formó en el colegio Alessandro Volta, de Quito, que inculca este idioma, como parte de su malla curricular bilingüe.
Su sueño es ser entrenadora de su disciplina, compartir su experiencia con los escaladores jóvenes. Por eso estudia entrenamiento deportivo en la Universidad Degli Studi, donde culminará la carrera en abril del próximo año.
Aprovecha su estancia en Italia para competir en los circuitos europeos de escalada, para tener mayor experiencia y roce internacional. Representó al país en los World Games Wroclaw 2017, que se realizaron en Polonia.
“Más allá de los resultados sería bueno que se tome en consideración el sacrificio que hacemos los deportistas, estar lejos de la familia es complicado y compartir el tiempo para todas las obligaciones también. El deporte no es solo las medallas o los campeonatos”, dijo Rojas.
Durante su última competencia en Guayaquil, aprovechó para compartir con su familia. Sus padres y hermano estuvieron en los graderíos del muro de escalada de Fedeguayas, donde se realizaron las competencias.
Su padre, Francisco Rojas, llevaba consigo una cámara fotográfica semiprofesional, para capturar los movimientos de su hija. Mientras la deportista escalaba, él tomaba fotos desde distintos ángulos.
Él fue quien inculcó el amor por la escalada. En su etapa de alpinista solía llevar a su hija a sus expediciones en las montañas de la Sierra ecuatoriana. Luego de eso la inscribió en un vacacional de la Concentración Deportiva de Pichincha.
En el 2005, cuando tenía 10 años, ya escalaba el muro de la federación pichinchana, ubicado en el sector de La Vicentina, en el centro norte de Quito. A esa edad ingresó a la selección nacional de la disciplina y cuatro años después participó en su primer mundial juvenil, en Francia.
“Esa competencia me abrió los ojos, regresé con otra visión del deporte. Recuerdo que me motivó mucho ver el nivel europeo y me dieron muchas ganas de entrenar. Desde entonces supe que debía viajar a Europa para crecer”, contó la quiteña.
Entre risas reconoce que perdió la cuenta de las medallas que ganó a escala nacional e internacional, la mayoría están en casa de sus padres, en Quito. Otro grupo está en su departamento en Turín.
Su hermano menor, Gabriel, practicaba triatlón. Ellos tenían una competencia dentro de casa. Cada vez que uno conseguía una medalla el otro se motivaba para superarse, eso les ayudó a fortalecer el vínculo fraternal.
Tito Pozzoli, entrenador de las selecciones italianas, es quien supervisa sus prácticas. Se ven dos veces por semana, para corregir aspectos técnicos. Se entrena seis días por semana, en jornadas de entre cinco y seis horas.