Elizabeth bravo nació en Cuenca. Tiene 29 años. Recorre entre 400 y 480 km de ciclismo, 50 a 60 km de carrera y 30 km de natación por semana. Foto: Archivo / EL COMERCIO
El 15 de agosto viajará desde Guayaquil con destino a Río de Janeiro, Brasil. Cinco días después, Elizabeth Bravo participará en sus segundos Juegos Olímpicos. Hasta esa fecha, seguirá con su última fase de preparación en los escenarios de Cuenca.
La mejor triatleta del país se entrena de seis a ocho horas diarias. Dependiendo de la intensidad de trabajo, en una sola jornada cubre entre 50 y 100 kilómetros de ciclismo, de 4,5 a 6 km de natación y de 5 a 17 km de atletismo.
Según Francisco Tirado, su esposo y entrenador, en este año se hizo un cambio para equilibrar su rendimiento.
Se relegó la carrera, que es su fuerte, y se priorizaron las pruebas de natación y ciclismo. “El objetivo es aguantar el ritmo de Río y llegar en una buena posición”.
Bravo, en los dos últimos meses, recuperó el nivel que le permitió alcanzar medallas sudamericanas y panamericanas. El cupo olímpico lo logró a pesar de no competir durante ocho meses por su embarazo y parto. Quedó al margen de certámenes mundiales y sus rivales sacaron ventaja.
Sin embargo, rompió mitos, puesto que durante el proceso de gestación no dejó de entrenarse. Lo que hizo fue bajar las cargas de trabajo. Con cuatro meses de embarazo, compitió en la Súper Serie de Triatlón, que se cumplió en Estocolmo.
Luego de ese certamen, realizado el 22 de agosto del 2015, dejó de competir. El pasado 21 de enero dio a luz a Juan Francisco y cinco días después empezó a ejercitarse. El 20 de marzo reapareció en la Copa Sudamericana, que se desarrolló en Valparaíso, Chile. Allí terminó cuarta.
Para Tirado, “en Ecuador es una locura competir embarazada; mientras a escala mundial es normal”. Por ser inusual en el país, tuvo que leer, investigar… Mantuvo contactos con entrenadores extranjeros y deportistas élite que vivieron esa experiencia.
Desde la semana 22 del embarazo, los controles médicos empezaron a ser permanentes. Evitó los esfuerzos excesivos y mantuvo la parte aeróbica. El DT recuerda que, en el parto, la ciclista perdió mucha sangre. Sufrió un cuadro de anemia, durante un mes.
Bravo está convencida que nunca puso en riesgo su salud. Por su actividad física, durante el embarazo, “no tuve vómitos ni sufrí estreñimiento, como ocurre generalmente con las embarazadas”. Su ginecóloga la ponía como ejemplo ante quienes dejan de ejercitarse en el período de gestación.
Tras su retorno a las competencias, la seleccionada de 29 años tuvo una apretada agenda. En cada prueba intentaba ubicarse en puestos estelares para sumar los puntos que le permitan alcanzar el cupo olímpico. Se concretó el 14 de mayo, en el cierre de los torneos de clasificación.
Terminó segunda en la Copa Continental en Burabay, Kazajistán. Con esa posición superó con dos puntos a la argentina Romina Palacio en el ‘ranking’ mundial. Así accedió a sus segundos Juegos Olímpicos. Hace cuatro años se estrenó con un puesto 49 en Londres.
El pasado 1 de mayo, en Salinas, Bravo apareció públicamente con su hijo en brazos. Con él se subió al podio para recibir la medalla de bronce en la Copa Panamericana de Triatlón. Su madre, Ruth Íñiguez, lo cargaba mientras la triatleta competía.
Con Tirado se entrena desde hace dos años y medio. Él sostiene que primero se adaptó al plan de preparación y luego hizo cambios. La idea de quedarse en Cuenca es para que la triatleta descanse de los constantes viajes que tuvo entre Chile, Barbados, México y Kazajistán, para su clasificación olímpica.
La seleccionada de 29 años asegura que los viajes fueron agotadores, incluida la presión por clasificar. En su criterio, su felicidad sería completa si estaría su padre, Alberto Bravo, quien falleció el año pasado.
En su inicios como deportista fue campeona sudamericana juvenil de marcha, y a los 17 años incursionó en el triatlón. Tiene el título de licenciada en Fisioterapia.