Hay muy buenas razones para salvar a un equipo de fútbol. Pero también hay buenas razones para poner fin a su existencia. Deportivo Quito ha entrado en una lenta agonía que podría encaminarse a una desaparición.
Primero, todo ciclo (dentro de la libre empresa) se acaba. Nada dura para siempre y eso incluye a los clubes de fútbol. Hay muchos que ya no existen, que son solo un recuerdo, bonito si quieren, histórico si lo desean, pero recuerdo al fin y al cabo.
Es la ley de la libre empresa. Morir (o convertirse en un equipo liliputiense) es parte de las reglas del juego que están planteadas. Es mejor darle un final digno antes que el penoso espectáculo de la mendicidad y de los salvatajes que solo sirven para que la agonía se extienda.
Segundo, hay muchos clubes en Quito. La capital (incluso Pichincha) no tiene espacio para más de tres clubes en la Primera categoría o la Serie A. No hay dinero ni fanáticos para que todos llenen sus estadios. Es más: pocas veces alguno lo llena. En Ecuador en general y en Quito en particular somos hinchas del éxito y solo vamos al estadio cuando el club ‘de mis amores’ está primero en la tabla o peleando algún premio importante.
Si la AKD fuera un dinámico motor de la economía de la ciudad podría entenderse un empeño en rescatarlo. Pero no lo es.
Y, tercero, no hay dinero. No ha aparecido el hincha millonario que desee ayudar al equipo. Ni la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF) tiene los recursos para sanear al Quito.
Sin inversión, ya no existe proyecto deportivo. Quizás el Deportivo Quito es la víctima más visible de todo lo que ha pasado en este sobrevalorado fútbol ecuatoriano, que no genera tanto dinero como se pregona. Pero eso no quita que, por eso mismo, la AKD deba ser sacrificada para dar una lección al resto.