Jaime Molina: ‘Perdí la cuenta de las veces que lloré por el Deportivo Quito’

El dirigente del equipo azulgrana posa en su oficina con la bandera de Deportivo Quito. Los trofeos del 2008, 2009 y 2011 lo acompañan. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

El dirigente del equipo azulgrana posa en su oficina con la bandera de Deportivo Quito. Los trofeos del 2008, 2009 y 2011 lo acompañan. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

El dirigente del equipo azulgrana posa en su oficina con la bandera de Deportivo Quito. Los trofeos del 2008, 2009 y 2011 lo acompañan. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

Jaime Molina abre la puerta de su oficina en el complejo de Carcelén y casi, como un acto reflejo, levanta su mirada al techo. Sus temores se volvieron realidad, la fuerte lluvia de la tarde del miércoles en Quito hizo su efecto en la gastada construcción: aparecieron goteras. Las filtraciones hicieron que la oficina se llenara de charcos.

El viejo despacho del Coordinador del Deportivo Quito evoca un pasado glorioso de la institución. Detrás de un escritorio lucen las copas 2008, 2009 y 2011 ganadas por el equipo, en un ciclo tan histórico como peligroso para el club. Fueron años de gloria, pero también de un endeudamiento agresivo, de una crisis económica que tiene al Quito en la Segunda y jugando las primeras fases de la Copa Ecuador.

De acuerdo con los cálculos de la actual dirigencia, el déficit del equipo azulgrana alcanza actualmente los USD 7 millones. Este año, en el torneo de Segunda, el equipo empezó el torneo con 24 puntos menos por sus obligaciones incumplidas con exjugadores y exempleados de la institución.
La lluvia es tan persistente y molesta en el Quito, como sus múltiples acreedores. El pasado sábado, el intenso aguacero que azotó la capital trajo consecuencias nefastas en el complejo de Carcelén.

“Ese día llovió tanto, que el techo cedió y se inundó toda la concentración. Además, como cayeron rayos, se fue la luz. Tuvimos que llevar a los muchachos al Hotel Sebastián, para que puedan descansar”, cuenta Molina y casi no se inmuta al hacerlo. Trabajar en el Quito lo ha acostumbrado a estar preparado para las contingencias.

El sábado, el presidente Juan Manuel Aguirre, el directivo Jorge Iván Mancheno y él correteaban en la tarde para cambiar a los jugadores al hotel. Al día siguiente, el equipo venció 1-0 al América de Ambato y pudo clasificarse a la segunda fase de la Copa Ecuador.

Molina pone a salvo de las goteras algunos documentos y mira con nostalgia los trofeos. Junto a la Copa del 2008, a la que hubo que arreglar porque en la celebración el capitán Luis Saritama se cayó y estropeó el balón ubicado en la parte superior del trofeo, hay un gastado paquete de naipes color rojo.

El coordinador señala las cartas: estas eran de Ramoncito (Ramón Chiriboga, kinesiólogo del equipo, fallecido el año pasado). “Con él sabíamos jugar 40 y concentrábamos. Lo extraño mucho”, dice con los ojos humedecidos.

Con el adiós de ‘Ramoncito’, Molina, de 61 años, es el empleado más antiguo del club. Se involucró en el equipo en 1990, cuando acompañaba a sus hijos Jaime y Daniel a los juegos de las divisiones juveniles. Su presencia era tan continua que un año después, el entonces presidente Tommy Schwarzkopf lo involucró en las directivas de los juveniles. También trabajó con Luis Chiriboga y en el 2000 pasó al primer equipo, junto al entonces mandatario azulgrana, Alejandro Barragán.

En el Quito siempre se encargó de la logística y los viajes y, a la par de su papel de dirigente, trabajaba en una agencia de viajes. Hoy, ya jubilado, se dedica enteramente al equipo al que dice amar entrañablemente, pero con quien también está unido por una deuda generada en el 2011, el año del último título de la ‘AKD’.

“En esa temporada yo saqué en la Agencia unos pasajes para varios jugadores, para el técnico Carlos Ischia y su familia, para Marcelo Elizaga y su familia. Me pagaron con un cheque que nunca se hizo efectivo. Me tocó responder ante la agencia por esos pasajes. Yo nunca enjuiciaría al equipo, pero espero en algún momento, cuando el equipo esté en Primera, cobrar ese dinero (USD 25 000), que es mi patrimonio”.

‘Jaimito’ reparte abrazos en su paso por el complejo. Una pregunta recurrente es su estado de salud, pues hace un mes sufrió una parálisis facial de la que aún convalece. Renato Salas, el entrenador del equipo, también lo abraza y fiel a su predicamento de ‘coaching’ le recuerda que lo más importante es entregar más, “servir con excelencia”.

Pese a estar jubilado, Molina aún no encuentra paz por los múltiples problemas del Quito y que no únicamente son las deudas y las goteras. Hace varias semanas, los ladrones se sustrajeron seis tanques de gas que servían para calentar el agua de las duchas. Los robos han sido sistemáticos en Carcelén. Antes, los antisociales se llevaron cinco televisores. En el complejo no quedó ni uno solo.

“He perdido la cuenta de las veces que he llorado por el Quito. He llorado de alegría, pero muchas veces de pena e impotencia. Ojalá Dios me dé vida y salud para volver a verlo en Primera. Se cometieron muchos errores que nos tienen así ahora”, dice Molina, nuevamente al borde del llanto.

Ramón Chiriboga, el eterno kinesiólogo del equipo de la Plaza del Teatro

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