Desde hace tres meses cuenta con Max, con el que se entrena atletismo. También le guía en su lugar de trabajo. Patricio Terán / EL COMERCIO
La depresión no tiene cabida en su vida. Es tan extensa su agenda diaria, que quien lo mira ni cuenta se da que Pablo no puede ver. “La ceguera es una limitación, no una discapacidad”, dice el triatleta, de 33 años, para quien la vida es un reto a tiempo completo.
“Soy un picado y lucho hasta lograr el primer lugar en toda carrera en la que participo. Me gusta competir porque me entreno todos los días para ganar”, añade el deportista que la semana anterior estuvo en el Triatlón de Colombia, donde completó su primer evento internacional y donde alcanzó la medalla de bronce.
Si bien fue su primera carrera fuera del país, en Ecuador ya ganó una válida del Campeonato Nacional de Triatlón en Salinas. Ha estado en dos ediciones del Ironman 70.3 de Manta: en el primero conformó un equipo de relevos y el segundo lo realizó completo. Este año se ha impuesto correr en México, Canadá y Suiza y completar 1,9 km de natación, 90 km de ciclismo, y 21 km de atletismo.
Lo hará junto a Xavier Gómez, su amigo de infancia, que hoy se ha convertido en su otra mitad. Pablo Andrés Vargas no puede ver los lugares donde corre, nada o ciclea. Sus ojos no tienen luz, pero irradia seguridad y vida. Quiere ser el primer triatleta con ceguera total que participe en un Mundial de Ironman.
Practica los lunes y miércoles en el Parque de la Mujer, en el norte de Quito. Allí puede entrenarse en terreno plano y también en los ascensos, pues sube desde la Av. América hasta la Casa de la Música.
Los martes y jueves por la noche es ocasión para el entrenamiento del ciclismo. Lo hace en Ciclo Estudio, un gimnasio con bicicletas estáticas, pero el fin de semana va con Xavier en sus bicicletas tándem: una delante de otra.
Su entrenamiento de natación lo realiza en la piscina El Batán. Hace un año aprendió a nadar en sesiones que le costaron sangre, sudor y lágrimas. “En los primeros días me golpeaba con el borde de la piscina o mis manos y brazos terminaban con laceraciones por raspones con los separadores de carriles, que son de plástico”. En sus manos, especialmente en la derecha, están esas marcas de esfuerzo por un sueño, por su razón de vivir.
En 2010, Pablo Andrés sufrió tres asaltos consecutivos en cinco meses. En el primero, solo cargaba USD 5, lo que suelen tener los estudiantes universitarios. Ese viejo billete molestó al ladrón que golpeó su ojo derecho con un arma. “Se desprendió la retina, fui sometido a un intervención quirúrgica de inmediato porque, además, tenía hemorragia interna”.
Pero luego de tres meses, otro ladrón apareció en su camino. Esta vez, le roció un gas en los ojos, que estaban afectados. El derecho empezó a perder visibilidad.
Del tercer asalto solo recuerda que sacó el dinero para cancelar la carrera de taxi. “Me dieron escopolamina y me dejaron en Tambillo en plena Panamericana”. Sin conciencia alguna, empezó a caminar y un auto le arrolló. “Producto de ese accidente se comprometieron la vejiga, el vaso y el colon. Se rompieron la tibia y el peroné de mi pierna derecha y casi me la amputan. Me colocaron un clavo que va desde la rodilla al tobillo y 16 tornillos”.
Su ojo derecho lo perdió de manera definitiva y en diciembre del 2012, luego de un cuarto asalto, donde volvió a sentir el revolver en su cabeza, se acostó a dormir y ya no volvió a ver el amanecer.
“El médico me dijo que padecía de oftalmía simpática, es decir, que el ojo derecho, que ya no tenía visión, le dañó al izquierdo”.
Hubo un largo tiempo de aceptación a su nueva realidad. “El médico me dijo que reflexione y encuentre el motor de esta nueva vida”.
Intentó por tres veces suicidarse. Después fue a una escuela para ciegos, donde comprendió si quería vivir su vida en la obscuridad, encerrado en su habitación y dependiendo de todos, o encarar su nuevo estilo de vida, “y yo no pierdo”.
Con ese empuje y valentía se graduó en la facultad de Jurisprudencia, desde hace tres años trabaja en la Secretaría Nacional de Planificación y es un triatleta a tiempo completo. En los últimos meses se ha dedicado a dictar charlas de motivación, porque para Pablo Andrés, su misión es motivar a la gente a vivir con intensidad.