El lanzador de la Liga Nacional Mike Foltynewicz de los Bravos de Atlanta lanza una pelota el martes 17 de julio de 2018, durante la 89 edición del Juego de las Estrellas de la MLB en el Nationals Park de Washington, DC (EE.UU.). Foto: Shawn Thew/ EFE
Al béisbol lo llaman el pasatiempo nacional. Y quizá por eso es uno de los deportes que más expresa el nacionalismo estadounidense. La prueba es que en muchos estadios, sobre todo en los más tradiconales, de las tribunas cuelgan unas telas gigantes en forma de escarapelas, con el rojo, blanco y azul. Y desde los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001, se canta God Bless America (Dios bendiga a América) todos los domingos, y en el estadio de los Yankees de Nueva York, todos los días en que el equipo juega de local.
El juego de las estrellas del béisbol, que se disputó este 17 de julio entre los mejores de la Liga Americana frente a los mejores de la Liga Nacional no fue la excepción de ese nacionalismo. Quizá se puede decir que la extremó. Todos los signos patrióticos son exaltados en un juego como este y más todavía si el partido se disputa en Washington D.C. y que el equipo de esta ciudad se llama los Nationals (Nacionales).
Los signos se repiten. Antes de cantar el himno nacional, luego de la presentación, con pirotecnia incluida, de los jugadores seleccionados para el partido y que están colocados sobre las líneas que unen el plato con primera y tercera bases, ingresan varios militares liderados por el sonido de un tambor (solo falta el flautín). Pasan un video sobre los valores de los militares estadounindenses y el heroísmo. Y mientras se transmiten las imágenes, también en fila entran varios veteranos de Guerra, de las de Corea, de Vietnam, la del Golfo, en Afganistán… Se trata de rendirles los honores por “haber servido al país y haber defendido la libertad”, dicen por los altoparlantes. La gente los aplaude tan fuerte que pareciera que hubo un jonrón.
Ya comenzado el partido, en uno de los momentos de natural interrupción del juego, de pronto el animador del partido pide que todos miren a un sector del estadio o a la pantalla gigante: ahí están una señora con su hija. Y se ve que un soldado llega de una misión y las sorprende. Es el esposo y padre que llega de alguna misión en algún lugar del mundo. Y nuevos aplausos sonoros. Y más tarde, cuando el final se aproxima, a cantar el ‘Dios bendiga a América’ con la voz de algún coro militar, y los jugadores de ambas ligas, los mejores de este año, todos prolijamente encolumnados, con sus miradas orientadas hacia la bandera principal (hay varias de EE.UU.) y sus gorras sobre el corazón, sean estadounidenses, dominicanos, puertorriqueños, cubanos, venezolanos, japoneses o coreanos los seleccionados para este partido.
Están en un solo partido los mejores y se lo quiere ver cumplir ese rol. Y los jugadores, que califican a este juego por una serie de cálculos numéricos (ningún deporte debe depender tanto de la estadística como el béisbol) responden -o quieren responder- a esa expectativa que es, para ellos, el “dream come true” (el sueño que se cumple).
Al menos, para Mike Foltynewicz, de los Bravos de Atlanta, llegar a este juego es el sueño de toda una vida. “Desde que soy niño quise estar en este juego y el día en que lo supe y se lo conté a mi mamá ella gritó tanto de la emoción”, cuenta con algo de pudor a EL COMERCIO. No hay ningún jugador que no recuerde su infancia y cómo veían por televisión estos partidos que se cumplen a mitad de temporada y querían verse ahí.
Pareciera que el partido no tuviera una importancia real. Pero sí la tiene. No es solo espectáculo: está en juego los privilegios de la localía para la Serie Mundial. El equipo que llegue a esta final tendrá la ventaja de tener al menos cuatro partidos de local de los siete que podrian disputarse según la Liga ganadora del Juego de las Estrellas. Y en ese sentido, los jugadores quieren ganar. Y fue un partidazo que requirió de la prórroga para zanjar el empate 5-5 en el tiempo regular, el que tuvo más jonrones en la historia del Juego de las Estrellas (10 en total) que se juega desde 1933 (solo se interrumpió en 1945 por la II Guerra Mundial) para una Victoria de la Liga Americana 8-6.
Sea quien gane, entonces, los playoffs -las apuestas se inclinan mayormente por los Astros de Houston, los Medias Rojas de Boston o los Yankees de Nueva York- tendría cuatro partidos ante el ganador de la Liga Nacional.