Aunque no es apropiado generalizar, puede decirse que el transporte público adolece de problemas estructurales que van desde el estado de las unidades que prestan el servicio hasta el comportamiento de los conductores de las mismas. Esto incluye a los taxis, a pesar de las ventajas inherentes al transporte puerta a puerta.
Y es que para brindar un servicio de calidad no basta con tener un vehículo nuevo o bien mantenido. Es indispensable tener una actitud amable hacia los usuarios y un comportamiento respetuoso hacia los demás, pues un transportista interactúa constantemente con muchas personas.
Pero si un taxista brinda una atención displicente, muestra una conducción temeraria y pasa por alto otros parámetros que deberían ser elementales para el correcto desempeño de su actividad, no debería extrañar que los ciudadanos se quejen del servicio, demuestren su inconformidad ante el anuncio de un aumento de tarifas y hasta escojan otras alternativas para movilizarse.
En escenarios así, los servicios como Uber o Cabify encuentran oportunidades para surgir y consolidarse. Una mejor calidad no puede ni debe ser considerada ‘competencia desleal’.