Si bien los museos dedicados a una determinada marca o a un personaje destacado suelen contener objetos directamente relacionados con ellos, el que lleva el nombre de Henry Ford abarca mucho más que la obra emprendida por el destacado industrial estadounidense en la primera mitad del siglo XX.
Ubicado en la localidad de Dearborn, Michigan, esta muestra permanente de vehículos y otros artefactos pone en escena algunos de los desarrollos tecnológicos americanos más importantes que se dieron a partir de la Revolución Industrial, cuya utilización cambió la vida de la sociedad.
“Estoy recolectando la historia de nuestro pueblo, que está escrita en las cosas que hacemos y utilizamos. Creo que es la mejor manera de preservar al menos una parte de nuestras tradiciones”, dijo en una ocasión el fundador de la marca de autos que lleva su apellido.
Y eso fue precisamente lo que Ford empezó a hacer cuando aún vivía, ya con la idea de crear un sitio dedicado a poner en escena algunos de los principales emprendimientos de los estadounidenses.
Por ello, además de una muestra representativa de los autos fabricados por su empresa desde 1903, el museo de cinco hectáreas de extensión alberga trenes, aviones, maquinaria agrícola y hasta carrozas tiradas por caballos, fabricados por otras empresas de ese país.
En materia automovilística, el museo Henry Ford dedica amplios espacios a algunos de los modelos de vehículos más destacados de su historia. Sin duda el más importante de ellos es el Ford T, que al inaugurar la cadena de producción en serie en 1908, se volvió asequible para la clase media y motorizó a la sociedad estadounidense de principios del siglo pasado.
Como muestra de la importancia de este vehículo y con una finalidad didáctica para los visitantes, en un área del museo diariamente se arma y desarma un ejemplar del modelo en pocos minutos. Este ejercicio descubre a un vehículo extremadamente sencillo y versátil que convirtió a Ford en una firma de alcance mundial.
En otra área, Ford exhibe los vehículos de su marca de lujo Lincoln que proporcionó a la Casa Blanca para transportar a varios presidentes de EE.UU.
Entre ellos se cuentan el Cosmopolitan ‘techo de burbuja’ de 1950 que movilizaba a a Dwight Eisenhower, el Continental de 1972 que usaron Gerald Ford, Jimmy Carter y Ronald Reagan, y el Continental descapotable de 1961 en el que viajaba John F. Kennedy cuando fue asesinado en Dallas, en 1963.
Pero Ford también incursionó en ámbitos distintos al automovilístico. Como muchos otros fabricantes de autos de Estados Unidos y Europa, desvió sus actividades hacia la fabricación de aviones durante la Primera Guerra Mundial. El museo exhibe al trimotor Ford 4AT, basado en el holandés Fokker V.VII-3m, entre otros pequeños aeroplanos de la época de uso civil y militar.
Las primeras máquinas destinadas al uso agrícola tienen su propio espacio. La mayoría de ellas, creadas en la segunda década del siglo pasado, fueron modelos experimentales que proponían alternativas motorizadas al tradicional sistema de arado.
A diferencia de los autos, muchos de ellos operaban con motores de vapor que no proporcionaban la fuerza suficiente para cumplir con la dureza de las tareas.
Por haber sido el tren el principal medio de transporte en la segunda mitad del siglo XIX, los desarrollos americanos en esta materia gozan de un protagonismo especial. Locomotoras y vagones se exhiben dentro y fuera del salón principal.
El museo también contiene artefactos curiosos como la butaca del teatro en la que fue asesinado Abraham Lincoln y el primer prototipo de helicóptero de Igor Sikorsky.
Fuente: huffingtonpost.com