Varios años después de la introducción de paulatinas modificaciones reglamentarias tendientes a reducir la brecha entre equipos grandes y chicos, todo indica que la F1 finalmente dejó de ser un espectáculo con resultados previsibles.
El número de ganadores de la temporada (7) no solo es el mismo de las carreras disputadas hasta la fecha, un hecho inédito en la historia de la categoría, sino que, además, hace que el desarrollo de cada gran premio sea un enigma.
Aunque Lewis Hamilton era un fuerte candidato al triunfo en Canadá, según lo anticipaba la velocidad punta del MP4-27 por sus resultados en los ensayos libres y en la clasificación del gran premio (fue segundo), imaginarlo como ganador anticipadamente habría sido muy arriesgado.
Eso habría implicado concederle escasa importancia a la ‘pole’ de Sebastian Vettel, a la evidente recuperación de Ferrari (Fernando Alonso ocupaba el tercer casillero de largada) y a las posibilidades de los demás rivales, incluidos aquellos que pertenecen a escuderías de menor desarrollo.
Ya en carrera, hay dos factores que suelen condicionar los resultados: las estrategias de cambio de neumáticos (momento oportuno, tiempo de duración del trabajo y posición de reingreso) y la duración de los mismos, que todavía no logra ser calculada con mayor precisión.
En su afán por recuperar algo del terreno perdido, varios de quienes se clasifican en posiciones retrasadas apuestan por la menor cantidad posible de detenciones, lo cual a veces resulta y a veces no (a Sergio Pérez le funcionó bien).
Los punteros, por el contrario, tratan de sacar el mayor provecho de su ventaja para disponer siempre de llantas íntegras, aunque ello suponga pasar más por los pits.
Con buenas gomas, Hamilton incluso pudo corregir en pista el error de sus mecánicos. A Alonso, por su parte, una mala decisión le costó caer cuatro puestos.