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La velocidad, más allá de la física

El entrenamiento de los pilotos de F1 procura que el cerebro funcione normalmente en altas velocidades

El entrenamiento de los pilotos de F1 procura que el cerebro funcione normalmente en altas velocidades

Muchos conductores van a alta velocidad por placer, más que por afán de llegar.

El mundo del cerebro y las neurociencias han captado la atención de la humanidad. Sus avances geométricos día a día descifran secretos que tratan de contestar preguntas profundas: ¿quiénes somos?, ¿qué hacemos? y, lo más importante, ¿por qué lo hacemos?

La mente humana se muestra como un enigma, cuyos inicios conocidos nos inspiran a estudiarla en busca de finales que quizás sean eternos. En las neurociencias, a cada respuesta le aparecen nuevas preguntas en la incesante búsqueda del ser humano.

En física, el movimiento es el desplazamiento de un cuerpo de un lugar a otro, y en la intención permanente del hombre de medirlo todo, puso como uno de los parámetros claves a la velocidad.

En varias oportunidades hemos escuchado el término "amantes de la velocidad", pero, ¿qué es lo que realmente motiva a las personas a autodefinirse de esa manera?

Estudios realizados demuestran que cuando el cerebro se encuentra bajo los efectos de la velocidad, presenta una estimulación muy fuerte de dos sentidos: la vista y el oído. Y es justamente en esas zonas donde se inicia el gran fe­nómeno químico de la aceleración por parte del cerebro.

El entrenamiento de los pilotos de F1 procura que el cerebro funcione normalmente en altas velocidades

LA SEGURIDAD
Accidentes. Si bien la velocidad es directamente proporcional al riesgo de accidentes, en el segundo caso la progresión es geométrica. Algunos expertos sostienen que al aumentar la velocidad de circulación al doble la probabilidad de que ocurra un incidente se multiplica por 64, pero como eso no es perceptible por el conductor no llega a actuar como un elemento disuasivo.

Desde la antigüedad, el hombre se ha planteado varias preguntas respecto de la velocidad y, aunque parezca mentira, en la época en la que comenzaron a trabajar las máquinas de vapor, se creía que un ser humano no podría desplazarse a más de
30 kilómetros por hora. Esta medida pretendía establecer un límite a la capacidad cerebral de percibir completamente la realidad.

Como conocemos, nuestro organismo está mayoritariamente conformado por líquidos, uno de ellos es la sangre que funciona como uno de los activadores del cerebro. Esto quiere decir que para que el cerebro pueda percibir una realidad completa, debe estar perfectamente irrigado de sangre.

Este proceso, muchas veces, se interrumpe cuando los cambios
de velocidad son violentos, lo que ­-literalmente- borra parte de la ­realidad en nuestra mente.

Y, ¿qué hay de aquellos que aman los cambios de velocidad extremos y disfrutan del vértigo que ese tipo de sensaciones les ofrece?

En situaciones controladas, los riesgos de la velocidad se minimizan.

El ser humano superó ampliamente la barrera de los 30 kilómetros por hora planteados en la antigüedad. Hay quienes se desenvuelven con total solvencia y ple­nitud en jets supersónicos que superan la velocidad del sonido.

Es importante mencionar que el cerebro, al ser expuesto a altas velocidades, tiende a liberar sustancias químicas como adrenalina, que dispara el sistema de alerta, y endorfinas, que entregan sensaciones de bienestar y entusiasmo.

Cuando la adrenalina activa el sistema de pánico, nuestro cuerpo se pone rígido y tendemos a cerrar los ojos, que son los receptores de más del 80% de la sensación de aceleración.

Hay personas cuya carga de endorfinas es superior y disfrutan del bienestar y del placer que esa sensación les genera.

Aunque los límites están normados por la ley, muchos los irrespetan.

El cerebro es un órgano eminentemente químico, que construye sus emociones a partir de la irrigación de ese tipo de sustancias. La adrenalina, aseguran expertos, puede volverse necesaria para el cerebro y generar una cierta dependencia ante el riesgo y sus disparadores externos.

Eso explicaría por qué muchas personas buscan espacios de alto vértigo en los que su cerebro se superactive y reaccione.
El cerebro puede educarse para la velocidad. Los entrenamientos complejos y profesionales a los que se someten los pilotos de Fórmula 1, por ejemplo, han logrado que las funciones cognitivas se mantengan estables y hasta sean normales al circular a más de 300 km/h.

La adrenalina puede emocionar notablemente al cerebro, pero el fenómeno físico de la velocidad puede producirse bajo situaciones controladas (un simulador) o peligrosas (las vías públicas).

Es importante comprender que la velocidad, como mecanismo de exposición suicida, no responde solamente a un estímulo cerebral sino también a un vacío psicológico que, en ese caso, busca ser llenado por elementos equivocados.