Debe ser pegadizo, estar en sintonía con el modelo y la marca y funcionar en todas las culturas: la búsqueda de un nombre para un nuevo modelo de auto es una tarea difícil, por lo que a veces hay fracasos y divertidos efectos secundarios.
Durante meses, Opel discutió cómo llamar a su nuevo modelo. Se especuló con que se le bautizaría como Júnior. “Pero solo era un concepto de trabajo”, dice el portavoz de la marca, Patrick Munsch. Tras cientos de propuestas, se eligió el nombre de Adam en honor al fundador de la firma, Adam Opel. El resultado fue lógico, pero durante meses se buscó una etiqueta que describiera el modelo.
Al final de ese proceso, de esa tormenta de ideas, surgen a veces nombres sorprendentes como Adam o Countryman, para Mini. El modelo de Suzuki se llamará Kizashi y el nuevo de Nissan será Evalia. Y siempre surgen nuevas combinaciones de letras y de números.
“Por un lado, un nombre debe sonar nuevo y fresco y llamar la atención”, dice Manfred Gotta, que trabaja junto a las firmas en busca de los nombres más adecuados. “Pero por otro lado, debe amoldarse a la marca”, agrega. Para tener en cuenta todo ello, son necesarias mucha fantasía, creatividad e intuición lingüística.
“Es más fácil apostar a cifras y letras y seguir una lógica alfanumérica”, expresa Marion Ballier, de la agencia Interbrand que desarrolla nombres para autos. Por ejemplo, Audi con la serie A o Mercedes con las Clases de la A a la S.
El procedimiento comienza por buscar un alma al vehículo que se atenga a la filosofía que hay detrás del producto y fijarse en el público al que va destinado. Tras ese proceso interno se empieza a buscar el nombre, donde ya entran a desempeñar su papel los creativos.
“El campo más popular es el de las lenguas latinas”, dice Ballier, ya que funcionan en todo el mundo y en general tienen una percepción positiva. De ellas se derivan raíces de palabras muy pegadizas con las que se puede experimentar con diferentes terminaciones. Así por ejemplo llegaron el Ford Mondeo, el Opel Insignia o el Fiat Punto.
“Cuando en las lenguas latinas no se encuentra nada, hay que ampliar el círculo y buscar asuntos que no aparecen fácilmente en Google”, explica Ballier. Por ejemplo, el Nissan Qashqai es un concepto del norte de África, como el Touareg de Volkswagen. Y el Amarok, la pick-up de VW, procede del idioma de los inuit. “Significa lobo ártico”, explica Ballier.
A menudo ayuda una mirada al pasado, admite Gotta. Por ello surge de nuevo el VW Beetle. También Jaguar necesitó mucho tiempo para encontrar el nombre idóneo para su pequeño ‘roadster’ que se asemeja al Porsche 911. Al final se decantó por una denominación histórica: F-Type, siguiendo así los clásicos C-Type, D-Type y E-Type.
También inspira la geografía: muchos fabricantes apuestan por ciudades, paisajes, pasos montañosos o mares, ríos y océanos. Ejemplos son el Opel Monza, el Ford Capri o el Hyundai Santa Fe. “Pero hay que tener cuidado de que sean correctas las asociaciones y las conexiones”, enfatiza Ballier: “Para Seat, Ibiza tiene un significado en España, al igual que en Estados Unidos el Chevrolet Malibu”.
Sin importar de dónde surja el nombre, lo que está seguro es que una vez elegido pasará un exhaustivo examen para ser finalmente o no el definitivo. Se hace una investigación cultural y lingüística para saber si el nombre se pronuncia con facilidad en todos los mercados y que no tiene un sentido equivocado o una alusión negativa.
Y en este sentido a veces hay grandes errores: por Pajero, por ejemplo, no solo se conoce a la camioneta de Mitsubishi, sino que en los países de habla hispana también es la denominación vulgar del hombre que se satisface sexualmente a sí mismo.
Un e-tron no solo es el modelo eléctrico de Audi, sino que en francés es una manada de perros. Y el Reventón es un modelo de Lamborghini y un sinónimo de pinchazo de rueda en español.
También se pueden generar problemas jurídicos. “Los fabricantes registran muchos más nombres de los que usan”, revela Gotta. En este sentido, tras el Golf, el Scirocco y el Passat, Volkswagen patentó todos los nombres de vientos.
Ocasionalmente esto provoca litigios: cuando Mercedes lanzó la Clase E tuvo que pagar a un artista que había patentado el nombre ‘Classe E’. BMW vio peligrar su firma deportiva M, pero ganó y obligó a Mercedes-Benz a cambiar de Clase M a Clase ML.
Fuente : DPA