Durante los 10 años que duró su recorrido, Scotto atravesó los territorios de 280 países. El mundo que conoció era muy diferente al actual.
El argentino Emilio Scotto ostenta el récord mundial Guinness por haber hecho el viaje más largo de la historia en moto. A bordo de una Honda Goldwing, bautizada como ‘Princesa Negra’ por un periodista estadounidense, entre 1985 y 1995 recorrió 735 000 kilómetros a través de 280 países.
En ese lapso utilizó 42 000 litros de gasolina, 700 litros de aceite de motor, 86 llantas, 12 baterías, nueve asientos y debió cambiar el motor de 1 100 cm3 en una ocasión.
Según Scotto, su misión en la vida era dar la vuelta al mundo y contarlo, en una época en la que aún no existían las tecnologías de comunicación que hoy acortan los tiempos y las distancias, y en la que la palabra inmediatez estaba reservada exclusivamente para los sucesos que se daban en el ahora, pero sobre todo en el aquí.
Pero aunque el mundo que Scotto recorrió cambió mucho en los últimos 30 años (él mismo dice que no existe más), sus anécdotas constituyen una enciclopedia y una hoja de ruta para otros aventureros que planean emprender travesías a lo largo y ancho del globo.
En la actualidad, Scotto es un exitoso empresario turístico, escritor y conferencista internacional, que hace pocas semanas visitó el país para dar una charla en Ambato. CARBURANDO conversó con él sobre algunos temas relativos a su legendario viaje y a la manera como esa experiencia cambió su vida posterior.
¿Qué tan dura fue la decisión de salir a recorrer el mundo con USD 300 en el bolsillo?
Mi caso fue distinto al del viajero que decide partir hacia una aventura, por distintas razones. Indudablemente yo vine al mundo para hacer lo que hice. No tuve que tomar una decisión difícil, sino que no me quedaba otra alternativa. Si hay alguien arriba que decide sobre nosotros, decidió que yo diera la vuelta al mundo en moto y lo contara, en un momento en el que nadie lo hacía porque ese mundo que recorrí ya no existe más.
Sin imaginarlo, estuve en los lugares justos en los momentos indicados. Pasé por la Rumania de Ceaucescu; crucé en moto el checkpoint Charlie del Muro de Berlín; estuve en el Tíbet del Dalai Lama cuando aún era mítico; fui perseguido por piratas en un barco de carga en el Mar Rojo; vi la unión de Yemen del Norte y Yemen del Sur, la Libia de Ghadafi, los países del Golfo Pérsico antes de que llegaran Red Bull y la Fórmula 1, la invasión de Iraq a Kuwait, la guerra de Somalia, el Congo de Mobutu…
Viajaba e iba escribiendo, sin imaginar adónde iba a llegar mi viaje. Hoy en día, cuando uno emprende una travesía puede pensar en lograr ciertos triunfos: conseguir patrocinadores o compartir sus vivencias a través de Internet. En mi época no existía nada de esto y estamos hablando de los años ochenta y noventa.
Hablar por teléfono con mi familia, hace 25 años, era casi imposible. Ese joven estaba llevando a cabo un largo viaje con la única intención de convertir en realidad su sueño de niño de descubrir el mundo. Le había dicho a mi madre que trazaría una carretera que cruzara por todos los países del mundo a la que llamaría Ruta Azul 1, porque el planeta es azul.
No fue una decisión difícil porque no dejé algo atrás para volver, lo dejé para siempre. A los 30 años decidí dejar el camino por el que iba en la vida, dar un salto en el aire y caer en otro desconocido que no sabía adónde iba a llevarme. Pero sí sabía que nunca más iba a volver a ser quien había sido.
Decidí morir y volver a nacer de la manera en que yo quería. Me despedí de mi familia, renuncié a mi trabajo y quise saber cómo era la humanidad en otros lados. ¿Cómo sale el sol? ¿Cómo se ve la luna? Quería escuchar, ver, aprender y después contarlo.
Empecé a escribir mis anécdotas en el segundo año de mi viaje y los relatos gustaron. Cuando me di cuenta, el mundo estaba leyendo sobre la travesía que emprendí, en diferentes medios.
¿Cuánto le dejó todo ese cúmulo de experiencias?
No hay forma de que el planeta no le deje a uno una enormidad en la mente, en el cuerpo y en el corazón. Me cultivó de una manera en la que yo no había tenido la oportunidad, porque yo debí abandonar los estudios desde muy joven para ir a trabajar, porque en mi casa no había suficiente dinero.
Todos los días la vida nos enseña. Cada minuto aprendemos algo. Una de las cosas fantásticas que me dejó el viaje fue enseñarme a resolver problemas, a saber que el problema que consideramos más grande nunca lo es, y siempre se puede resolver.
Hay que buscar alternativas permanentemente. Eso es algo que podemos hacer siempre que estemos vivos. La vida no es otra cosa que una sucesión de proyectos y es fundamental tener proyectos todo el tiempo.
¿Qué trata de transmitirles a las personas que leen sus libros y asisten a sus conferencias?
Hay conferencistas que han triunfado en sus proyectos y me choca cuando dicen que todo es posible. Es muy fácil decirlo, pero hay una mentira enorme ahí. No todo es posible, pero sí es intentable. Ahí está la diferencia.
Trato de hacer que la gente se anime a hacer sus cosas y a buscar sus límites. Talvez los proyectos salgan mal, pero es peor no tratar que ejecutarlos y que fracasen. Eso es lo que les va a proporcionar momentos de felicidad. El mensaje es no se preocupen tanto de si todo es posible o no, preocúpense si no se animan a hacer cosas.
Usted es una gran inspiración para mucha gente, y particularmente para otros viajeros. ¿Qué le diría a alguien que quiera recorrer un mundo que hoy es muy distinto al que usted conoció?
Le diría esto: mira viajero, no busques nada en Emilio Scotto. No busques nada en ningún viajero ni en ningún libro que haya escrito un viajero. Léelos para divertirte. Nadie tiene una fórmula mágica ni nadie te puede enseñar cómo se puede llevar un viaje o cómo es un camino, porque la única respuesta válida es la que está en tu interior. Busca dentro de ti y encuentra las respuestas, tienes que saber cómo encontrarlas.
¿Es Emilio Scotto la persona que un día quiso o imaginó ser?
Sí. Yo pedí dos cosas en mi vida: mi vuelta al mundo y a Mónica, mi esposa. Las tuve a las dos. La ‘Princesa Negra’ fue la alfombra voladora que me llevó a la isla de Sandokán, a la Disneylandia de Mickey Mouse, al monte Ararat de Noé, al desierto del Sahara, a la gran Muralla China… Soy feliz porque lo he logrado todo.
Cuando Emilio Scotto volvió a Buenos Aires, en abril de 1995, consideró que la Honda Goldwing le había dado tanto que ya no podía pedirle más y la apagó para siempre. Hoy la ‘Princesa Negra’ disfruta de un merecido retiro en el museo Laughlin en Nevada, EE.UU.
El sitio web https://m.eltiempo.com/estilo-de-vida/gente/la-vuelta-al-mundo-dos-veces-en-moto-la-travesia-de-emilio-scotto-/14301017 ofrece una amplia reseña sobre la travesía.