Después de un verano atípico en la Sierra Norte, en el que los días soleados y calurosos fueron contados y más bien predominaron los cielos nublados, el invierno llegó de manera anticipada desde los primeros días de septiembre.
Fuertes aguaceros se registraron en Quito y sus alrededores durante las dos semanas anteriores y con ellos, como siempre sucede, llegaron los infaltables accidentes de tránsito propios de la época.
Y a pesar de lo que muchas personas creen erróneamente, estos episodios no son culpa de la lluvia, o de la neblina, o de la escasa visibilidad, etc. Son consecuencia directa de la impericia de quienes no reparan en el hecho de que un vehículo no se comporta de la misma manera sobre piso seco y mojado, y también de la negligencia de propietarios o usuarios que circulan con llantas lisas o frenos desgastados que ofrecen muy poca eficacia.
Muchos accidentes, desde leves hasta fatales, podrían evitarse si las personas hicieran un pequeño esfuerzo por modificar su conducta y redujeran su velocidad de circulación bajo la lluvia. Las recomendaciones al respecto no son palabras vacías que quedan a libre interpretación de cada individuo. Son instrucciones precisas que pueden salvar vidas.