El diario Folha de Sao Paulo acaba de publicar un reportaje extenso acerca de lo que bien pudiera catalogarse como un ‘efecto colateral’ de las miserias que ha ocasionado la FIFA.
El material se enfoca en algunos de los efectos de las exigencias que el organismo dirigido (hasta la fecha) por el suizo Joseph Blatter impuso a Brasil, el país anfitrión del Mundial de Fútbol 2014. Con seguridad, más adelante se conocerán otros ‘impactos’ (autogoles) de la realización del certamen balompédico en el gigante sudamericano.
Entre las consecuencias de las imposiciones de la ONG encabezada por Blatter, que más se parece -por sus maneras y manejo de multimillonarios fondos- a un clan mafioso, llama la atención en particular una. Se refiere a la cuasi ‘metamorfosis’ en ‘elefantes blancos’ de 12 de los estadios en los cuales se escenificaron duelos mundialistas.
El caso más emblemático es el del estadio Mané Garrincha, en Brasilia. Con un aforo para 72 000 espectadores, su construcción costó USD 450 millones. Y fue levantado a pesar de que la capital brasileña no cuenta con equipos de la Primera división y tampoco es vista como una ciudad ‘futbolizada’, como sí lo son Río de Janeiro, Sao Paulo, Porto Alegre, Belho Horizonte, etc.
¿Qué ha pasado con el Mané Garrincha? El escenario en el cual la Selección ecuatoriana se enfrentó y perdió (2-1) con Suiza se utiliza ahora como sede de algunas dependencias del Gobierno. También sirve como estacionamiento de buses. Un ejemplo similar es el Arena Pantanal de Cuiabá, donde tampoco existen grandes clubes. Su construcción costó USD 240 millones. Es decir, USD 690 millones se despilfarraron.
Folha hizo otra revelación: 35 obras planificadas para el Mundial 2014 no terminaron de construirse.
A la luz de los hechos, es claro que tenían razón los millones de brasileños que protestaron meses antes del torneo, para exigir más fondos para los servicios públicos, en lugar de destinarlos al despilfarro (y a la FIFA).