Edwin Ibarra venció sin zapatos y sin dinero al desierto en Perú

El atleta de Pedernales completó la Maratón de los Sables de 240 km. Busca auspicios para sus próximos récords. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

Sí, lo hizo sin zapatos. Edwin Ibarra no deja de sonreír nunca, y ríe más cuando le dicen ‘loco’. “Soy el primer deportista en el mundo que completó la Maratón de los Sables sin zapatos, eso me llena de alegría”.
Nació en Pedernales hace 26 años. Desde hace 10 se dedica a la práctica del deporte. Empezó corriendo las distancias cortas 5 kilómetros, 10 km y luego pasó a la maratón. “En el 2014 empecé con las grandes distancias de 60 y 80 km en trail”.
Del asfalto pasó a la montaña y hace dos semanas a competir en el desierto. Todas las carreras las realizó descalzo. “Creen que estoy loco, pero son mensajes que envío a mucha gente. Pertenezco a una familia de escasos recursos y ello no me ha impedido cumplir con mis sueños. Quiero que los niños miren que no hay límites en el mundo”.
Uno de esos sueños era intervenir en la famosa Maratón de los Sables, que este año se realizó en Perú, en las dunas donde se correrá el Rally Dakar. Hasta el año pasado, esta competencia de 240 km, que se disputa en seis etapas, se desarrollaba en África. Edwin miraba por la Internet las fotografías de aquella carrera de resistencia y soñaba con estar allí algún día.
“Me parecía lejano, porque son muy costosas las inscripciones. Había que sumar el avión y la estadía”. Pero este año, cuando conoció la noticia que esta vez la Maratón se realizaría en Perú, envió un correo electrónico a la organización para contarle su deseo de enfrentarse al desierto, descalzo.
“La respuesta demoró tres semanas. No creían que podría hacerlo. Me ayudaron con la inscripción (USD 2 000) y la estadía”. Eso le puso feliz, pero entonces, tenía que gestionar el dinero para el pasaje de avión. “Pedí ayuda a mis amigos, el dueño de un restaurante en Pedernales me dio USD 50, otro amigo del barrio me dio algo más. Así fui juntando dinero, pero me faltó USD 100, que me tocó pedir prestado”.
Sí le alcanzó el dinero para comprar las comidas que debía llevar para alimentarse durante la carrera así como los geles hidratantes.
“El primer día fue infernal. La temperatura, más de 48 grados centígrados me hizo desvariar. Me marié, vomité. Alucinaba. A mi cuerpo le costó mucho adaptarse a esas condiciones. Me salieron ampollas del tamaño de una moneda de 50 centavos”.
Solo quería llegar a descansar y dormir. Recuperar fuerzas para la etapa del siguiente día. “La tercera jornada fue de 70 kilómetros, caminé por 21 horas”. Por un momento pensó en el retiro, pero recordó que estaba allí porque no podía pagar el costo de inscripción y “debía justificar la invitación”.
Después de esa tercera etapa todo cambió porque, además que su cuerpo se acostumbró a las altas temperaturas en el día y el frío en la noche, quienes le habían invitado se convencieron de su capacidad de correr con ampollas en sus pies, venciendo al dolor.
“En las noches, los médicos cortaban las ampollas y me iba a dormir. No me ponía nada más. Las plantas de los pies están encallados”.
Dos semanas después de aquella aventura, “mis pies ya no tienen huella de nada. El próximo año quisiera volver porque me di cuenta que en situaciones extremas, sale a relucir toda mi fuerza y capacidad mental. Así pude derrotar al desierto”.
De los 300 atletas inscritos llegaron a la meta 200. “Más de 100 me pidieron fotografiarme con ellos. Muchos me decía que el hecho de verme correr sin zapatos y rebasarlos les motivó a seguir”.
Ante el impacto mundial que causó su participación, recibió la invitación para correr en la Patagonia, Argentina en abril del próximo año.