En Nuevo Tabuga, a 30 kilómetros de Pedernales, los niños albergados en estas carpas juegan fútbol en domingo. Foto: Alfredo Lagla/EL COMERCIO
Un domingo sin fútbol es un domingo sin sol, dijo el histórico Alfredo Di Stefano. Y es verdad, en los albergues de Manabí, donde los niños aparecen por doquier, jugar al fútbol es ritual de todos los días, no sólo de domingo.
En Nuevo Tabuga, a 30 km al sur de Pedernales, jugar al fútbol más que reglas tiene acuerdos: la cancha comienza y termina donde comienzan y terminan las carpas de alojamiento forzado.
No hay césped tampoco hay fibras sintéticas, es de tierra a desnivel, con pequeñas grietas y piedras que ya han desgastado el único calzado que poseen, en algunos casos.
En Nuevo Tabuga, a 30 kilómetros de Pedernales, los niños albergados en estas carpas juegan fútbol en domingo. Foto: Alfredo Lagla/EL COMERCIO
Angie, de 9 años, juega decalza. Es hincha de Emelec, y pegarle a la pelota es una distracción de estas vacaciones forzadas. “A mí me gusta el fútbol”, dice la pequeña, con cierta timidez al tiempo de esconder su cara con las manos.
Omar, de 7 años, juega con el calzado roto, uno de sus dedos se deja ver al momento de golpear el balón. También estaban Sergio, Gilbert, Iván, Alexis que vestía un short de Barcelona Sporting Club. “Aquí casi todos somos hinchas de Barcelona SC”, dijo Sergio.
En Nuevo Tabuga, a 30 kilómetros de Pedernales, los niños albergados en estas carpas juegan fútbol en domingo. Foto: Alfredo Lagla/EL COMERCIO
El albergue tiene 12 casetas de alojamiento. Si más fuertes que las carpas porque son construidas de acero galvanizado “que garantiza resistencia, durabilidad y frescura interior”, según se puede leer en un letrero informativo. Es una donación de GoFundMe.com
Junto a estas 12 casetas, de 3×4 metros, están levantadas dos carpas azules, donadas por el gobierno chino. “Mi casa está a punto de caerse, la mantenemos con unas vigas, pero igual tendremos que derrocar”, dijo Fernando Cedeño, de 27 años.
En Nuevo Tabuga, a 30 kilómetros de Pedernales, los niños albergados en estas carpas juegan fútbol en domingo. Foto: Alfredo Lagla/EL COMERCIO
Sentado con su hija, Fernanda de 5 años, en el borde de la acera, mira los autos pasar. “Hasta antes del terremoto tenía una distribuidora de helados de Salcedo. Había muy buena venta. Ahora no puedo hacer ningún pedido porque no tenemos energía eléctrica. Recién al mes nos pusieron de nuevo el servicio pero solo en la noche”.
Su idea de abrir un comedor también quedó en el sueño porque ya no tiene casa. Lo único que le quedó intacto es el sello de su equipo favorito, colocado en la puerta de la casa que está por caer. Ese equipo que los citó el poeta Fernando Artieda en su Homenaje a Julio Jaramillo, “ahora lo único que nos queda es Barcelona”.