En el exterior se destaca un volumen abstracto con estructura metálica, de donde cuelgan tejas viejas y nuevas. Fotos: cortesía Jag Studio.
Las ilusiones fueron el punto de partida para el diseño de la Casa de las Tejas Voladoras. Esta vivienda, ubicada en Pifo, nace de una búsqueda de la esencia de la propietaria.
Para alcanzarla se indagó sobre temas relacionados a su dueña y se identificó creatividad, un espíritu lúdico, rasgos exploratorios, una persona sensorial en busca de la sorpresa, de descubrir, valorando los procesos e interesada en las mutaciones programáticas y en los cambios en el espacio.
Así que se tomaron los rasgos del carácter de la propietaria y se trabajó mediante significados personales, asegura Daniel Moreno, arquitecto a cargo de la obra.
Considerando la pasión de la dueña por las ilustraciones decidieron realizarlas como metodología de diseño.
La zona de lectura se conecta con el paisaje exterior.
Después de la comprensión de estas ideas, los arquitectos fomentaron espacios que permitan atemporalidad, para que la propietaria se sumerja en la lectura. Estos espacios buscan la intensificación en la relación con algunas externalidades contiguas como la montaña, la vegetación baja, el cielo y con el huiracchuro, una especie de pájaro del lugar, señalan los arquitectos.
Para la ubicación de la casa de 68 metros cuadrados se realizó un encuentro con la propietaria para presenciar el amanecer y entender por dónde sale el sol, para diseñar con base en esa relación.
Además se buscó un sitio donde los árboles abracen. La casa se adaptó y quedó emplazada entre múltiples especies, no se retiró ninguna, de tal forma que la vivienda quedó inserta en el lugar como si siempre hubiese estado ahí, resaltando la ubicación de la flora.
Su orientación se piensa con base en la contemplación de la montaña, de las cercanías y de todas las plantas y los árboles. Dos de ellos, precisamente, quedan en el interior de la casa, mientras que seis árboles limoneros la delimitan.
En el interior se generan distintas alturas y conexiones.
La Casa de las Tejas Voladoras también se destaca por sus formas. El estudio Daniel Moreno Flores trabajó en espacios que se descubran, que se recorran para poder vivir la obra.
Desde la llegada hacia la casa se buscó un volumen abstracto reconocible. Para conseguirlo se armó una estructura metálica, de donde cuelgan tejas tanto viejas como nuevas.
Entrando aparecen volúmenes y planos que se proyectan hacia la vista o hacia los árboles, generando distintas alturas y conexiones en niveles.
El volumen madre que cubre toda la casa se configura como un ‘impluvium’ (estanque rectangular para recoger agua de lluvia), con un pozo de luz en su lado inferior, por donde, además, en los equinoccios entrará la luz de manera vertical.
Al interior se configuran la planta baja y una doble altura hacia la vista. Al exterior está una terraza inclinada, contenida por las tejas colgadas, destinada para la lectura.
Los materiales de la vivienda son producto de la recolección de maderas y tejas de otras construcciones.
El segundo volumen corresponde al dormitorio. Su figura brinda la sensación visual de estar acostado en el interior, mientras que en la parte superior se puede estar acostado o sentado sobre un plano inclinado, viendo la montaña.
El tercer volumen son planos que abrazan un árbol. Todo su follaje está presente en el baño.
La vivienda es de madera de abeto, estructura de eucalipto y duelas de eucalipto de una casa vieja de la ciudad. Además se usaron totoras del lago San Pablo, tejuelos y tejas. Se buscaron materiales propios del territorio y desechos de materiales de la urbe, que tomaron nueva vida.