El arquitecto Renán Mora Albán, en la sala principal de su penthouse, de 285 metros cuadrados de construcción, donde se destaca el ladrillo. Fotos: Vicente Costales/ CONSTRUIR
Tras tomar la avenida la Eloy Alfaro, en sentido occidente-oriente, y girar a la derecha por una calle secundaria se observa un edificio de siete pisos.
Se destaca porque es el único que combina ladrillo y hormigón visto en el exterior, y que además posee jardineras con diferentes plantas colgantes que resaltan la fachada.
Allí, en el último piso, vive desde hace 34 años el arquitecto ambateño Renán Mora, un amante del arte ecuatoriano.
Su pasión, sobre todo por la pintura, se evidencia desde el momento en que las puertas del ascensor se abren: un cuadro comprado a un pintor popular en República Dominicana y un pequeño baúl dan la bienvenida a los visitantes.
Adentro, hay alrededor de 60 obras de artistas como Oswaldo Guayasamín, Washington Iza, Édgar Carrasco. Suma piezas de arte desde hace 45 años: empezó con un desnudo del pintor Voroshilov Bazante.
También tiene dos colecciones de arqueología: una está en su estudio y la otra, en el pasillo que conduce al espacio privado y social. Están sobre la repisa de un recibidor, iluminadas con una luz cálida.
Las escaleras conducen al estudio, con vista al exterior. En el aparador están piezas de arqueología.
Las pinturas son protagonistas en la vivienda que también destaca en su interior el potencial intrínseco de los materiales que están en la fachada. El ladrillo cubre una de las paredes de la sala social, donde está una chimenea 100% funcional.
Su uso, asegura Mora, de 79 años de edad, le ha permitido a su obra mantenerse vigente pese al paso de los años. Y es que, según él, de eso se trata una buena arquitectura, de lograr espacios “atemporales” que satisfagan las necesidades de sus habitantes.
Las tendencias, asegura, pasan de moda. Es por eso que sus cerca de 70 obras, levantadas sobre todo en Quito, tienen esos materiales y el aprovechamiento al máximo de la luz natural. En ese edificio, por ejemplo, la iluminación baña las escaleras que conducen a los diferentes departamentos e ingresa la interior a través de varios ventanales.
Esta es la sala íntima, donde la familia disfruta de la televisión. En el área social hay dos salas más.
El Edificio Mora, construido por pedido de sus padres para reunir a sus seis hijos, es de hormigón armado. Su penthouse, donde habita con su esposa y donde vivieron sus cuatro hijos, tiene 285 metros cuadrados de construcción. Sala, comedor, cocina y dormitorios están en una sola planta.
El estudio, ubicado un altillo y donde reposa la otra colección de arqueología, tiene un balcón de concreto con vista a la sala y al exterior, que ingresa por una ventana, por la que se aprecia el gusto por las plantas.
Sobre la sala social, precisamente, está una doble altura que otorga sensación de amplitud y mayor luminosidad a la vivienda. A un costado está uno de los lugares favoritos del arquitecto, la sala de música y lectura. Es la mitad de amplia que la sala social.
La madera de chanul, en las áreas íntimas y sociales, otorga calidez a la vivienda.
En la parte íntima, pasando el recibidor que contiene una parte de la colección de arqueología, está una tercera sala. Se trata de un espacio para disfrutar del arte audiovisual en compañía de la familia. Allí predominan tonos cafés, mientras que en la parte social resaltan el blanco y el rojo.
El diseño de su penthouse y del edificio en general fue pensado para lograr ambientes íntimos y comunales cómodos y acogedores, “para que las personas se sientan felices”.
Este es el espacio favorito de Mora. Aquí disfruta de la música y de la lectura.
Para eso, este arquitecto que llegó hace 60 años a Quito, incluyó en el condominio un amplio espacio verde donde se destacan dos árboles de gran tamaño. En la terraza, en cambio, jardineras bordean el perfil de la construcción, que data de 1983 y que en su momento tenía una vista de 360°.
Ahora solo está despejado el frente que da hacia la plaza Argentina. Por todas esas cualidades, el Edificio Mora sumó dos reconocimientos: una Mención en el Premio Ornato de Quito y otra Mención a nivel nacional en la Bienal de Arquitectura de Quito de 1984.