El techo de la mayoría de cabañas del Centro Cultural Mushily fue cambiado debido a que este material cumple su vida útil cada cuatro años. Fotos: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO
Octubre es el mes ideal para recolectar la paja toquilla, según los integrantes de la nacionalidad Tsáchila. Ellos se internan en el bosque nativo en luna llena para recopilar este material, con el que construyen el techo de sus cabañas. También lo utilizan para elaborar artesanías y artículos para sus hogares.
El constructor José Aguavil señala que hace más de 200 años los tsáchilas eran nómadas, pero durante el invierno buscaban un refugio abrigado. Por eso, los dos últimos meses antes de que llegue el invierno los constructores -que eran hombres- se internaban en el bosque y recolectaban el mayor número de pajas.
Al llegar al lugar donde construirían sus cabañas, lo primero que hacían era levantar una pequeña bodega para guardar la paja y así evitar que se mojara si el invierno se adelantaba.
Por lo general, esas cabañas eran construidas en una semana, porque no hacían divisiones. La cocina y dormitorios funcionaban en un solo espacio. El constructor hacía hincapié en que el techo quedara perfecto. Para lograrlo trabajaban en familia.
La paja que va en el techo es tejida y amarrada por mujeres nativas.
Las mujeres y niños se encargaban de tejer la paja; debían entrelazarla fuertemente para evitar agujeros. Los hombres, en cambio, eran los encargados de colocarlas y darle la forma triangular al techo.
La costumbre de construir en el mes de octubre fue retomada por los nativos, quienes aprovecharon la semana del paro, por las medidas económicas implementadas por el Gobierno, para internarse en los bosques que hay en las siete comunidades tsáchilas.
En esta ocasión, la recolección no la hicieron los hombres únicamente, los niños y mujeres también participaron. Ellos se dedicaron a reforestar con árboles maderables. “Nosotros no veremos esa madera, que es sagrada para la etnia, pero nuestros hijos y nietos sí. De ellos dependerá que el bosque nos siga regalando material para construir cabañas”, señaló Aguavil.
Los centros culturales y turísticos también renovaron los techos de sus cabañas, donde reciben a los turistas. Esos funcionan como museos etnográficos, centros comunales para danza y música o restaurantes.
En el Centro Cultural Mushily se derribaron tres cabañas. En una funcionaba el centro de demostración sobre telares para hombres y mujeres. Abraham Calazacón, líder de Mushily, afirma que el espacio anterior era pequeño, de 4 m², y no podían recibir a más de cinco turistas.
El centro de demostraciones de telares sigue en construcción.
Por eso construyeron una cabaña de 10 metros cuadrados, que tiene capacidad para 15 personas sentadas y otras 10 paradas, a los costados. Otra de las renovaciones que se hicieron en Mushily es una cabaña para fermentar el malá, que es una chicha nativa preparada con caña de azúcar.
Antes de la construcción, en ese espacio había un trapiche de pambil y caña, pero las constantes lluvias lo deterioraron y cada vez era más difícil obtener el jugo de la caña. Por eso decidieron buscar una opción que también sea didáctica para el turista.
Los constructores tsáchilas harán un nuevo trapiche con madera curada para que los clientes puedan utilizarlo.
En ese espacio también se instalarán unas cajas de madera para almacenar el malá y tener varios tipos de fermentaciones, que el turista mayor de edad podrá degustar. “Antes, se hacía una preparación para la fiesta Kasama. Se elaboraban grandes cantidades porque se compartía”.
En el Centro Dultural Ka Ti Luli, ubicado en Chigüilpe, también se cambió la paja de las cabañas donde se venden artesanías y recuerdos nativos. Flor Calazacón señaló que este año llegaron aves y dañaron la mayoría de techos.