La escultura de la cabeza del aya uma tiene 12 metros de altura y se emplaza en el medio de una plaza pública. Foto: Víctor Vizuete / EL COMERCIO
Uno de los referentes interculturales más socorridos del área norandina ecuatoriana es el diabluma, diablo huma o aya uma.
Según el folclorista Paulo de Carvalho Neto, el personaje tiene sus orígenes en las festividades ancestrales de las provincias de Pichincha e Imbabura. Es un personaje solar asociado a las fiestas del solsticio de invierno (junio), a las cosechas, al maíz…
En las danzas cayambeñas, tabacundeñas o sangolquileñas, el aya uma es el líder de las fiestas y el que pone orden y miedo, con su doble cara y su axial o cabestro siempre afilado para castigar a quien se sale de sitio o compostura.
Es la representación de la naturaleza y la expresión de fortaleza y vitalidad, explica el muralista Eddie Crespo, un quiteño trotamundos experto en arte urbano. “Por eso, quien lo encarne debe ser una persona honesta, trabajadora y respetada por la comunidad. Debe poseer cualidades de liderazgo y coraje”.
La máscara del aya uma tiene dos caras (como el dios romano Jano) que representan el dominio sobre el tiempo. Es la dualidad: una cara mira al sol naciente y la otra al poniente; al pasado y el futuro; al día y la noche, al sol y la luna.
Esta máscara, explica Crespo, está coronada por 12 puntas, en alusión a los meses del año. Son serpientes que simbolizan la fertilidad y el renacimiento de los ciclos agrícolas.
Y aunque su origen es norandino, su trascendencia se ha ampliado a toda la Serranía ecuatoriana y, ahora, es muy común verlo abrir las danzas de los corazas de Pujilí o las de San Juan de Guaytacama o las de Panzaleo…
Toda esta parafernalia, todo ese simbolismo que resume este personaje se sintetizó en una megaescultura de 12 metros de alto que Crespo levantó en el 2015 (por encargo del Municipio de Sangolquí) en San Pedro de Taboada.
Esta es una parroquia de 4,9 km² perteneciente al cantón Rumiñahui y, en la actualidad, forma parte del damero urbano de Sangolquí.
La escultura está formada por dos partes: la escultura máscara del aya uma y, en su base, el mural ronda de chalis.
La máscara del aya uma es una escultura con estructura de hormigón armado que permite apreciar su interior. Al recorrer su perímetro, una cara muta en la otra. Tiene un recubrimiento de mosaico cerámico multicolor.
El mural ronda de chalis (conocidos como ‘rucos’ en otros lados) complementa la gran escultura.
Es una obra de 21 m², circular, en la que están representados 29 personajes tradicionales danzando. Entre ellos se incluyen personajes típicos que son conocidos en la jerga popular como ‘patos de toda boda’ (están en todas las fiestas) como el tambonero, el cohetero, el tamborilero…
Este mural esta realizado sobre losetas cerámicas con pigmentos minerales quemados en alta temperatura (1000°C).
El trabajo de Crespo tuvo la ayuda de unas 15 personas, entre ayudantes, expertos artesanos, albañiles, maestros…
Es un paciente proceso que empieza con el bosquejo en papel sketch, que dura hasta semanas. Luego viene el replanteó del esbozo en el papel, la escogida de los ayudantes, la fabricación de los mosaicos y, finalmente, la puesta en obra.
Como todo artista, Crespo reconoce que con cada obra se transforma en un energúmeno. ‘Gracias a Dios, mis ayudantes ya me conocen y me torean muy bien’.