Yuccas, buganvillas, arrayanes, cholanes y nísperos completan el exterior de la casa. Fotos: Vicente Costales / EL COMERCIO
Lo que es de ser, es de ser, dicen los quiteños con una seguridad que no admite réplicas ni contrarréplicas. Este adagio popular se cumplió al 100% con Christoph Hirtz en el momento de buscar el predio para edificar su casa definitiva.
Hirtz, fotógrafo por herencia y vocación, buscaba un sitio donde fijar su residencia y estudio permanentes luego de vivir, siempre junto con su padre -también maestro de la lente- y el resto de su familia, en diversos lugares de Quito, incluido un galpón industrial en desuso ubicado en Campo Alegre, al que adaptaron a las necesidades de la familia.
Luego de caminar como un refugiado, recuerda con satisfacción, dio con un lote en Monteserrín en el cual destacaba un majestuoso árbol de tocte en una de las esquinas.
Lastimosamente, sigue con un relato lleno de miel, se rompió una pierna y dejó a un lado la búsqueda. Pero, oh, sorpresa, luego del año que duró la recuperación del percance y al reiniciar la exploración, se topó nuevamente con el terreno del tocte aquel.
Entonces ya no dejó escapar la oportunidad, adquirió el lote de 500 m² y se dedicó a levantar el inmueble con la tenacidad de un ‘hacker’.
Corría 1998 y todavía el sucre era la moneda nacional. Hirtz se gastó un dineral en madera (cinco millones de sucres en ese tiempo era plata), pues quería que este material sea el predominante, tanto en la estructura como en los detalles como los cielorrasos, pasamanos e, incluso, el mobiliario.
Claro, debido a su profesión, también aprovechó para diagramar un estudio fotográfico completo -incluido un laboratorio con un espacio para revelado y otro para filmoteca, donde guarda todo el admirable trabajo de su padre, en cientos de rollos y fotografías de valor invalorable.
El horno de barro domina toda la estancia en la cocina. Los muebles son de madera.
Es un estudio que impresiona, por sus dimensiones y sus aportes tecnológicos. Sus dimensiones son 20 metros de longitud, 8 de ancho y 6 de altura. El techo tiene una gran y doble celosía, cuya parte superior se puede abrir y cerrar a voluntad, según las
necesidades de luz y luminosidad que requiera cada toma.
Allí, este fotógrafo quiteño de 58 años alto, delgado y con facciones germanas productos del ADN, puede hacer desde un retrato personal hasta una producción grupal completa.
El área familiar está adosada al gran estudio y tiene características peculiares, que la hacen única e irrepetible.
El comedor es el eje social. Un mueble de corte alemán tradicional es el dominante.
Es una construcción versátil con estructura de madera y paredes de ladrillo: visto en las fachadas y revocado de blanco en los interiores. Los pasamanos son de hierro lacado.
No hay una sala propiamente dicha y el centro de reunión es el comedor-cocina, que ofrece un intimista ambiente de familia que contagia. Con un horno tradicional entrometido en el medio del menaje.
Por todas partes se acomodan cuadros, esculturas y recuerdos del Christoph padre.