El maestro Rafael Camino posa en una de las salas, que le sirve de oficina, recibidor y bodega. Ahí guarda documentos y recuerdos. Fotos: Galo Paguay / EL COMERCIO
La plaza de toros Belmonte es otro de los referentes arquitectónicos de Quito que está por cumplir cien años de construcción.
Esta placita, que tiene un aforo para unas 3 000 personas, fue inaugurada en 1920. Tiene varios propósitos, además de los taurinos. Es una plaza pensada para realizar, por ejemplo, representaciones circenses, teatro, bailes de disfraces, juegos acrobáticos, rodeos…
En el 2005, la coqueta Belmonte fue rehabilitada completamente, como parte de la recuperación espacial y urbana del barrio de La Tola.
Pero antes de esa recuperación, unos ocho años atrás, ya funcionaba en este edificio el taller del Ballet Folclórico Nacional Jacchigua, uno de los grupos de danza ancestral más sólidos y prestigiosos del país, tanto a nivel nacional como internacional. Jacchigua ha representado al Ecuador en más de 100 países a lo largo de sus 28 años de vida.
El piso de madera es ideal para que 312 bailarines puedan repasar.
En sus inicios, recuerda Rafael Camino, su creador y director de toda la vida, el grupo repasaba en una de las instalaciones del Teatro Sucre.
Pero como el número de danzantes y bailarines crecía sin remedio, por un convenio con la Subsecretaría de Cultura del Municipio de Quito de ese tiempo, le cedieron el amplio espacio existente entre el primer piso de la plaza y las gradas de la parte norte de la plaza (sol y sombra).
Camino sentó allí sus reales y se dedicó a hacer crecer su grupo, tanto en número como en prestigio y calidad. Y aunque no es su casa propia, es como si lo fuera.
‘Aquí paso desde las 07:00 hasta las 22:30. La que se supone es mi residencia verdadera es solo una casa-dormitorio, a la que voy solo a dormir un rato’, expresa con su lenguaje de chagra muy malhablado.
Reliquias como un Cristo colonial y una Virgen son parte del bagaje.
Este espacio, que tiene una longitud de unos 50 metros y un ancho de unos 6 metros, tiene un área ideal para la principal función de quienes asisten a ella religiosamente: los danzantes.
El piso de madera es lo mejor que existe para que quienes practican la danza no sufran accidentes molestosos, como torceduras de tobillos o hasta fracturas de dedos, explica con sapiencia de profundo conocedor de la danza.
Los otros ambientes se han ido acomodando al tenor de las necesidades y de los viajes.
¿De los viajes? Claro, explica Camino, un trotamundos irredento que, de cada viaje, se trae algunos recuerdos.
Eso se nota especialmente en la una de las salas-bodegas que posee el sitio. De una de las paredes cuelgan perfectamente alineadas, varias de las máscaras tradicionales de algunos de los pueblos que ha visitado. Hay africanas, estadounidenses, peruanas… rituales, sagradas, mortuorias…