Miguel Hurtado se especializa desde hace 26 años en la elaboración de estos elementos de madera. Fotos: Xavier Caivinagua para EL COMERCIO
Los pilares, las monterillas, las soleras y los canecillos son elementos importantes dentro de la arquitectura ancestral cuencana. Estas piezas de madera son más visibles en los patios de las casonas patrimoniales del Centro Histórico o las viviendas de las zonas rurales.
En la capital azuaya aún hay carpinteros que se especializan en la elaboración de estos elementos. Miguel Hurtado, de 38 años, está dedicado a esta labor desde hace 26 años. Él aprendió este oficio de su padre, quien también se dedicó a la construcción.
Hurtado se especializó en la elaboración de pilares redondos, hexagonales o cuadrados de madera. También, en monterillas, soleras y canecillos, que son empleados por la arquitectura tradicional.
Él señala que estas piezas son fabricadas, por lo general, con eucalipto o capulí que eran las variedades más empleadas en este tipo de obras. “Pero, ahora, hay quienes desean hacerlo con maderas más costosas como el chanul o el guayacán”.
A más de elaborar nuevas piezas, Hurtado conoce sobre la restauración de las antiguas, que tienen trizaduras o están apolilladas. Según él, hay demanda de trabajo porque el Municipio exige que se mantenga el uso de materiales y diseños originales para no atentar contra el patrimonio. Tiene más de 15 obras al año.
En el antiguo Seminario San Luis, junto a la Catedral de la Inmaculada de la capital azuaya, se conservan los pilares y monterillas de madera.
Con ese criterio coincide el arquitecto cuencano Claudio Ullauri, quien tiene una experiencia de casi tres décadas en la restauración de bienes patrimoniales. Para él, las autoridades municipales exigen que en los procesos de restauración se preserve la materialidad. Es decir, que no se cambien los materiales originales.
“Si los pilares antiguos están en mal estado hay que sustituir por nuevos, pero conservando el estilo original”, señala Ullauri, quien explica el funcionamiento de cada uno de estos elementos.
Él dice que en la arquitectura tradicional hay dos tipos de pilares. Los primeros no eran visibles, estaban dentro de las paredes y recubiertos con bahareque. Los segundos eran los visibles y, por lo general, estaban en los patios.
Dependiendo de la capacidad económica del propietario del inmueble eran tallados o sencillos, dice Ullauri. Eran colocados sobre bases de piedra o mármol, que a su vez estaban sobre un cimiento.
Los diseños dependen del artesano.
El pilar era anclado con la denominada espiga, que es un elemento de madera que sale de la estructura y encaja en el hueco de la base. Con ello se evitaba desplazamientos.
Sobre la parte superior del pilar se colocaba la monterilla, que es una pieza horizontal de madera, que cumple funciones decorativas y estructurales porque sostiene vigas.
Según Ullauri, dependiendo de la posibilidad del dueño eran talladas o sencillas. Sobre la monterilla se colocaba una viga horizontal que se conoce como solera y encima de esta las vigas del piso, si había una segunda planta. Caso contrario la estructura del techo.
En cambio, los canecillos, explica Hurtado, son piezas de madera que sirven para adornar las vigas que se colocan en la estructura del techo.
El artesano dice que el metro de pilar cuesta entre USD 18 y 20, mientras que las monterillas se comercializan por unidades y dependiendo del modelo cuestan desde USD 20. Los canecillos, en cambio, se venden en USD 5 el metro.
Hurtado señala que los pilares, por lo general, tienen 20 centímetros de diámetro y entre 2,50 a 3,50 metros de largo. “Lo importante, en el caso de las restauraciones, es recuperar el modelo original”. Por ello, él pide a sus clientes que traigan a su taller muestras de las piezas antiguas.