El secado de los bloques de adobe tarda hasta tres días o más, dependiendo de la temperatura del ambiente de Manabí. Fotos: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO
La tarea de elaborar ladrillos artesanales en la provincia de Manabí empieza en las primeras horas de cada mañana, cuando el sol aún no llega a su máximo esplendor.
En rústicos terrenos de zonas apartadas de los cantones Chone y Bolívar, decenas de hombres se mueven alrededor de una pila de bloques y pequeños montículos de aserrín, que a ratos quedan poco visibles por una humareda.
Los obreros tienen tareas distintas en cada ladrillera, con cuyo nombre se conoce a estos laboratorios improvisados donde se diseña este elemento fundamental para la construcción de viviendas.
Por una esquina están quienes amasan la tierra con el aserrín mezclado con agua. Y por otro, los que llevan esa suerte de fango a un molde de madera que quedará expuesto a la temperatura del ambiente.
El aserrín que se desecha en los talleres de madera de Portoviejo es utilizado en las ladrilleras para el proceso primario para fabricar ladrillos.
De esa forma es la minga que cada día realizan los artesanos manabitas, para construir con métodos artesanales el ladrillo o el adobe, que es una parte de la identidad artesanal que encarnaron de sus ancestros identificados con los montuvios de esa provincia.
Teidi Cox es oriundo de Chone y en la ladrillera su función es llevar a un horno los bloques de adobe que ya han pasado por el secado natural.
El compartimiento que le llama quemador está compuesto por una elevación de los mismos bloques, que a veces pueden tener unos 300 o 500, dependiendo de la carga que se desee quemar al fuego vivo.
Los interiores de estas estructuras tienen cavidades que sirven para colocar la leña o la madera que permitirán que el ladrillo adquiera ese aspecto rugoso y con perforaciones.
Para el arqueólogo Marco Suárez, la técnica que se aplica para elaborar los ladrillos guarda relación con el uso del barro que emplearon los integrantes de la sociedad prehispánica que se asentó en donde hoy es Manabí.
Las viviendas de las zonas rurales de Manabí conservan el estado natural del ladrillo, en todas sus paredes y tabiques.
Esta población, ligada a la cultura Manteña, utilizó ese elemento hace miles de años para elaborar sus más sagrados tesoros como las sillas en forma de ‘u’ o las vasijas. Es por eso que los habitantes manabitas conservan una estrecha relación entre el barro y sus actividades artesanales, comenta Suárez.
Ese producto precisamente es una parte de los materiales que se utiliza para el adobe.
Pero su construcción demanda de tiempo y paciencia.
Ramón López, propietario de una ladrillera en la vía Portoviejo-Manta, asegura que el proceso puede tardar hasta una semana o dos.
Solo el secado a temperatura natural toma tres días, mientras que dentro del horno son 12 horas o un día entero.
Fuera del entorno de las ladrilleras y, sobre todo, en zonas rurales, hay viviendas que conservan el estado natural del ladrillo, en sus paredes.
Luis Cedeño, habitante de Calceta, cantón Bolívar, dice que la ventaja de este material es que es muy sólido y da pocas posibilidades para ser penetrado por otro elemento.
Además, por su estética original, muchos prefieren no darle un acabado final a las paredes.
La vivienda de Cedeño es de un piso, apenas elevada por pilares, pero desde lejos resalta entre las demás de esa zona por el color rojizo del ladrillo.