En Urcuquí, María Anangonó y nueve compañeras incursionaron en las técnicas de la alfarería con piezas únicas. Foto: Francisco Espinoza/PARA EL COMERCIO
Con sus hábiles manos, Rosa Villalba aprendió a moldear el barro con el que elabora cuadros, vasijas, floreros, fruteros…
Estos artículos de cerámica, la mayoría de anaranjado intenso, son una alternativa para la decoración del hogar.
Con la ayuda de una espátula delgada, Villalba forma la boca, la nariz y los ojos de un diminuto rostro, empotrado en un marco. Luego, esta pieza será cosida en el horno, pero previamente secada al ambiente por alrededor de 15 días.
La producción del taller Ceravid da fama al pequeño poblado de La Victoria, en el cantón Urcuquí (Imbabura).
Todo empezó cuando Pablo Gabriel, un excursionista argentino, enseñó la técnica de la alfarería a una decena de mujeres de esta localidad, con población mayoritariamente afrodescendiente.
Este hecho sucedió hace cinco años. Durante seis meses, hicieron varios ensayos para ver la calidad de las arcillas que hay en las cuencas de los ríos Chota y Mira.
Ahí, determinaron que las margas de los sectores de San Alfonso, en Ibarra, y Alto Tambo, en San Lorenzo (Esmeraldas), eran las más aptas para esta labor. Así, asegura María Anangonó, líder de Ceravid.
De ahí, cada artesana puso a prueba su destreza y creatividad para producir una variedad de piezas ornamentales y utilitarias, que pueden ir bien en casas u oficinas.
Unas son confeccionadas con la ayuda de un torno, mientras otras solo a mano. Rosa Villalba explica que eso les permite innovar.
En la antigua iglesia del pueblo, que fue entregada en comodato a la organización, acondicionaron el obraje. Está equipado con un torno, dos hornos y herramientas.
El proceso empieza con la preparación de la arcilla.
De la tierra grisácea, Anangonó retira las piedras diminutas para que, al mezclarla con agua, salga una masa uniforme. Luego, sobre una superficie plana, fricciona hasta que sea maleable. Entonces coloca el amasijo en el torno y, de a poco, va dando forma a un florero. Una vez que está acabado el artículo lo pone a secar. A continuación, la artesana hornea las delicadas piezas, entre cuatro y cinco horas.
Para los acabados de cada utensilio, las alfareras manejan dos opciones. Una es el empleo de la técnica del vidriado, por lo que le revisten con un químico. El otro es al natural.
Por ahora, las artesanas buscan ampliar su mercado. Aseguran que están en capacidad de realizar todo tipo de pedidos de acuerdo con el gusto de los más exigentes clientes.