Iván Cruz, anticuario, en la sala principal de su casa, cuya mesa de centro es una artesa para hacer pan. Foto: Vicente Costales / Construir
A Iván Cruz siempre le gustó el Centro Histórico. En este sitio, que le recuerda su juventud, está la casa que compró en el 2004. Una vivienda modesta (390 m²) en referencia a las de este sector de antaño, que generalmente poseen tres pisos y hasta cinco patios.
Cruz, coleccionista durante gran parte de sus 70 años de vida, cuenta lo que ha podido enterarse de esta casa desde 1750.
Supone que se trató de uno de los últimos tambos de Quito. “El terreno se va parcelando en sus contornos hasta que queda de este tamaño hacia 1850, cuando se construye un segundo piso”.
En 1922, la casa tuvo una importante remodelación en la que se le da la fachada que perdura hasta ahora en la Caldas, que era la calle principal, mientras que la calle Ríos en esa época era un chaquiñán.
“Se hicieron unas terrazas en lo que se llamaba la losa catalana, de madera y ladrillo, antes del hormigón armado”.
En el 2007 sucede la última remodelación, bajo la dirección del arquitecto Pablo Moreira, actual presidente del Colegio de Arquitectos de Pichincha. En esta intervención la casa, que “estaba en completo deterioro”, se convierte en lo que es hasta hoy: el hogar de un coleccionista por vocación.
Al entrar, el primer error que se comete es pensar que se trata de un museo. Cada pieza de mobiliario y decoración hacen parte de la colección de antigüedades de Cruz.
Aclara que no se trata de un museo. El museo –asegura– es un lugar restringido. “Queda claro que no es un museo cuando en un sillón se puede subir el Pepe (su perro de 2 años) y dormir”.
En el ingreso impresiona un patio central con un magnolio que llega hasta el segundo piso de la casa. En esta primera planta de tapial hay dos suites.
En la segunda, hecha de adobe, es donde este anticuario lleva su vida cotidiana. Hay una sala y un comedor, que no responden a su vida social. Están en el sitio como parte de su colección. Muebles, objetos, alfombras, entre otros, son parte de ella.
Una chimenea que se usa por ambos lados separa la sala principal de una más pequeña, ideal para tres o cuatro personas. En esta, la superficie de la mesa de centro es una puerta antigua y alargada.
En la sala más grande, en cambio, esta mesa es una artesa para hacer pan, que se utilizaba no solo en la Amazonía sino también en toda la Sierra, indica Cruz.
Las mesas laterales y auxiliares son unas petacas de cuero, en las que todavía resaltan las texturas animales.
Los sofás son de las pocas piezas extranjeras. Se trata de modelos clásicos de 1940.
Pasando al comedor, el asombro continúa. Se destaca una lámpara de Baccarat sobre el centro de la mesa. También hay cuadros antiguos, entre ellos uno de los marqueses de Miraflores, pero un toque moderno en el fondo está puesto con una obra de arte de Ramiro Jácome y Miguel Varea.
En el lado contrario del segundo piso está la cocina, con un tinte más contemporáneo.
Aunque “nunca jamás ve televisión”, la casa de Cruz cuenta con una sala en donde conserva un aparato de 1928. Este sitio da acceso a un mezzanine en que está su biblioteca. Junto está el dormitorio, el único en el segundo piso, y un baño.
A Cruz le pasó lo que comenta que no debe pasarle a un anticuario: enamorarse de su ‘stock’. Durante toda su vida coleccionó antigüedades, especialmente ecuatorianas.
Recabó algunas piezas de arte colonial que se vendieron al Banco Central y luego consiguió una colección grande de arqueología, que se encuentra en el Museo del Alabado. Lo que le quedó de su colección prácticamente constituye el diseño interior y la decoración de su casa.
No tiene la más remota idea de cuántas son las piezas que ponen el estilo de su hogar. Sin embargo, sabe todo sobre cada una de ellas. Desde la Venus de Valdivia y otras piezas de esta cultura, pasando por elementos del siglo XV, XVI y XVIII como la Virgen de Quito, hasta las obras de Caspicara.