Castillo de naipes

Contadas y excepcionales son las buenas producciones nacionales de TV. La mayoría son deprimentes y ofensivas a la estética y a la inteligencia. Las peores son las “cómicas” en horarios estelares, los segmentos de farándula (cada vez con más tiempo) en los noticieros de canales serios y, particularmente los espacios “rosa” en las tardes. Lo más grave es que esta ola se incrementa debido a la famosa Ley de Comunicación que obliga a los medios a llenarse de mediocridad a nombre de nacionalismo.

Hasta hace pocos años, un segmento de la población podía escaparse de este fastidio (incrementado por las atosigantes “cadenas nacionales”), a través de la TV pagada; sin embargo, la superficialidad, el morbo y la propaganda ganan terreno en muchos de estos canales internacionales.

Por fortuna surgen nuevas alternativas. Es la televisión on-line que ofrece películas y series de alta calidad para todas las edades y gustos. En este espacio, por ejemplo, está a disposición una serie estadounidense alabada por la crítica internacional en el 2014. Se trata de un “thriller” que desentraña la “realpolitik” de los EE.UU, que se desarrolla en el Capitolio y en la Casa Blanca.

Es la vivencia de Frank Underwood (interpretada por Kevin Spacey, ganador de un Oscar), un ambicioso congresista demócrata graduado en Harvard, que acompañado y asesorado por su esposa Claire (Robin Wright), utilizan todo tipo de artimañas para escalar obsesivamente hacia el sillón presidencial. En este camino todo vale. La manipulación extrema, la mentira, la hipocresía, el asesinato, la corrupción, el sexo y siempre, el pragmatismo absoluto. Lo que interesa es el poder a costa de lo que fuere: personas, ideales, sentimientos, valores y escrúpulos. Poder que exige fidelidad absoluta a vasallos obsecuentes que se arrastran a su alrededor obteniendo migajas que caen de la mesa.

Todo es salpicado por el cálculo de intereses particulares. La democracia es una careta que encubre el juego de poder. La ideología no existe; todos al fin son marionetas: la prensa es usada o frenada; la joven reportera y la congresista son arribistas que no dudan utilizar la cama para ascender; los sindicatos engañados; la ONG con programas ficticios; los compañeros de partido traicionándose y el gran capital financiando y controlando a los políticos, sean demócratas o republicanos.

Todo esto, se cuenta en House of Cards (Castillo de naipes), creada por Beau Willimon, serie que deberíamos ver para conmovernos y reflexionar sobre lo nefasto del pragmatismo político que hoy reina no solo en los EE.UU., sino también en nuestro suelo. Pragmatismo que mata los principios y la política, entendida como ejercicio individual y colectivo de compromiso social y, sobre todo, ético al servicio del bien común, único camino para salir del pantano.

Milton Luna Tamayo / mluna@elcomercio.org

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