Entre los vicios o al menos defectos del ser humano se cuenta al “egoísmo”. Es la predisposición de la persona a pensar aisladamente en sí misma y a actuar en consecuencia. Si bien ésta – la persona – tiende por naturaleza a cierto grado de egoísmo, se convierte en deformación malsana cuando lleva al agente a egocentrismo e ingratitud. En las relaciones particulares el vicio resquebraja la armonía interpersonal; en las sociales, se convierte en un elemento de seria distorsión y contingencia.
A mediados del siglo XVIII, Adam Smith (referente de la economía moderna) se refirió al egoísmo diciendo que el hombre sabio y virtuoso está llamado a sacrificar su interés – privado – por el beneficio público mayor de la sociedad, y el de ésta por la subvención superior que es aquella del estado. Citando a Francis Hutcheson, sostiene que las acciones son más virtuosas en tanto “más se extiendan a la benevolencia”, siendo que la perfección de la virtud es someter nuestros afectos inferiores a la felicidad general de la humanidad.
Cuán paradójico resulta que corrida ya una primera etapa del siglo XXI, en naciones incapaces de forjar un capitalismo en verdad “humano”, se exterioricen torcidamente no voces, pero si talantes en franca contradicción de un bien común altruista y generoso. El egoísmo camuflado en disonantes discursos sobre la necesidad de lucro para la prosperidad, se estampa de manera estrepitosa cuando tal pretensión material mira solo a una parte del conglomerado social, olvidando que el dividendo de un sector – para el otro – puede ser de hecho lo mínimo necesario para subsistir.
En descargo de gabelas ajenas, podemos tratar de entender pero por cierto no justificar, la actitud anterior al amparo de lo que llamaríamos un “egoísmo socio-estructural”. En éste se iguala la inhabilidad de los representantes sociales para revisar sus “yos”, y para ponderarlos en forma objetiva. Esa incapacidad de auto-examen tal vez no será intencional, pero sí que destella como barbarie y carencia de visión responsable. El surgimiento del populismo, más grave que cualquier otra manifestación política en Iberoamérica salvo por el comunismo cubano y la dictadura en Venezuela, como que parece no haber sido digerido en un perfil suficiente por nuestras sociedades.
Según Adela Cortina (¿Para qué sirve realmente la ética? – Editorial Paidós, Madrid, 2013) estamos llamados a ir del egoísmo estúpido a la cooperación inteligente. De ella resaltamos algunas nociones por demás valederas, a saber: dejar atrás la idea de que la economía sigue su curso sin que le perjudique la codicia o la insolidaridad; reivindicar el carácter moral de las instituciones; es más prudente cooperar que buscar el máximo beneficio individual; y, entender al ser humano como fin en sí mismo… lo cual permite contar con una sociedad sin humillación.
Breguemos contra el egoísmo socio-estructural. No demos espacio a los egoístas socio-estructurales.