lecheverria@elcomercio.org El profesor Eloy Ortega tenía fama de vaticinador de terremotos. Cuando se equivocaba nadie recordaba lo que había dicho, pero cuando acertaba su fama crecía. Después de uno de los tantos sismos que hemos sufrido, una señora corría por la calle gritando: yo sí dije que Ortega dijo…
lecheverria@elcomercio.org A la hora de escribir esta columna apenas tenemos la certeza que exige la confirmación de la noticia más inverosímil y más triste: la ausencia definitiva de nuestros colegas, nuestros hermanos, los periodistas de este diario, Paúl, Javier y Efraín.
Por toda América Latina y otras latitudes se dice en plan de broma que no hay políticos honrados, que solo son una leyenda urbana. La gente disfruta con anécdotas, reales o ficticias, acerca de casos estrambóticos de corrupción, pero también adora las anécdotas históricas de políticos honrados aunque a estas alturas parezcan inverosímiles.
La izquierda vive todavía; y la derecha camina por la vereda de enfrente, según el presidente Lenin Moreno al definir su pensamiento ideológico y su pensamiento económico como la antítesis de la derecha. En poco más de dos meses habrá concluido su primer año y no conocemos todavía cuál es su pensamiento económico.
Esa conversación es del año anterior, dijo el Presidente de la Asamblea Nacional cuando le preguntaron si había hablado con el ex Contralor prófugo de la justicia. Así parecía minimizar el problema como algo pasado. Me alertaron que estaba en las redes, dijo el Fiscal General cuando le preguntaron dónde obtuvo la grabación del diálogo telefónico entre el Presidente de la Asamblea y el Contralor destituido.
En el marco de los diálogos abiertos por el gobierno, me ha tocado la oportunidad de exponer mis modestas observaciones sobre la libertad de expresión y la ley de comunicación. Confieso que no tenía muchas expectativas, pero salí de la reunión con la esperanza renovada. La ley de comunicación es un tema difícil y seguramente no está entre las urgencias del gobierno.
Los problemas actuales son tan apremiantes y las sociedades tan exigentes que los gobernantes aplazan las decisiones cuanto pueden y dejan crecer los problemas, a veces hasta que se tornan insolubles.
Los resultados de la consulta popular han aportado una dosis de magia y hasta de humor. Solo hubo ganadores. Quienes perdieron fueron los primeros en declararse ganadores. Para ello echaron mano de retorcidas y jocosas manipulaciones de los números que parecían ser de una simplicidad inequívoca.
Los cuatro demonios que nos llegaron con el populismo son: el irrespeto a la Constitución, la eliminación de la oposición, el recorte de la libertad de expresión y el diablo de la corrupción. Estos males asolaron Argentina que está en recuperación porque se salvó a tiempo, Bolivia que encontró un antídoto en el vicepresidente, Nicaragua apestada en la política más que en la economía, Venezuela que se precipita en un abismo de males y nuestro doliente país, sostenido por la esperanza en la taumaturgia de una consulta popular.
Vista la remolona conducta de nuestros representantes en la Asamblea Nacional respecto del juicio político al señor Jorge Glas, cobra vida el rumor político que circulaba según el cual todavía no han descartado la idea de evitar que el ex vicepresidente tenga el podio en el gran salón de la Asamblea.
El penúltimo día del año es una buena oportunidad para tratar de establecer lo mejor y lo peor del año. No es tan fácil, como puede parecer, cuando se intenta superar las conveniencias, los gustos y disgustos personales, para definir los hechos más trascendentes y significativos para todos.
La consulta popular es un extraño milagro. Todos los sectores organizados de la sociedad y todos los partidos y movimientos parecen apoyar las siete preguntas. Los únicos que se oponen a las preguntas más importantes, no son sujeto político y no podrán hacer campaña en los medios. En estas condiciones, el apoyo a la consulta debería rondar el 90%, pero solo está entre 60 y 70% y con tendencia a la baja, según las encuestas. Las mismas encuestas revelan una explicación posible: poco más del 50% de los encuestados dicen creer al dueño de la consulta. La aparente victoria política del gobierno se resbala porque el apoyo económico es inestable.
Con un refrán publicado en un diario extranjero, el presidente Lenin Moreno dio de baja al Inquisidor Ochoa y explicó el origen de su inutilidad: debía ser orientador para mejorar el trabajo de los periodistas, pero solo fue inquisidor y sancionador. Sin embargo, se aferra a su cargo, como los fundamentalistas de la revolución ciudadana que peor han terminado. Les faltó el decoro de retirarse a tiempo.
La década perdida dejó muchas víctimas. Figuras conocidas están todavía con grilletes y con procesos que jueces cobardes, incapaces de resolver, esperan que los resuelva el tiempo.
Malos presentimientos debe tener el ex presidente Rafael Correa con lo que ha visto a su retorno. Debe haber advertido que hay menos gente en su entorno, menos gente en las manifestaciones, menos gente en el movimiento y menos gente en las redes sociales. Debe haber visto caras largas en su entorno, caras largas entre los asesores. Ha sentido y resentido poca atención por parte de los medios de comunicación y menos atención en los que solían preguntar antes de actuar. Pero lo más irritante debe ser constatar el escaso efecto de sus palabras y la distancia creciente entre la realidad y sus deseos.
Hay un divorcio entre la política y la economía, decía el presidente de la Cámara de Comercio de Quito en la sesión solemne por el aniversario de la Institución.
Los miembros de Alianza País, todos ellos, los gobiernistas, los ahora antigobiernistas y los indefinidos, nos han echado un balde de agua fría a los ecuatorianos que teníamos la esperanza de que los primeros inicien enseguida los cambios insinuados en la campaña y clamados por todos; que los segundos aceptaran que el gobierno ha cambiado y que el correísmo es historia, historia negra de la década de la corrupción; que los terceros entendieran que la política no es cálculo sino servicio. Pero era mucho pedir.
A la gente ordinaria le irritan la lentitud de la justicia y las triquiñuelas jurídicas; si escucha la cantaleta de que aplicarán todo el peso de la ley contra los corruptos, pero los jueces son apocados y los acusados gritones, la gente empieza a creer que todo terminará, como siempre, con los peces gordos en paraísos fiscales y con todo el botín.
No es decepción lo que provoca el presidente Lenín Moreno, apenas es sorpresa. Tanto diálogo, tanto tiempo, tanta oferta, para terminar en el anuncio de medidas que suman cero para todos, excepto para el gobierno que recaudará mil setecientos millones. No son un paquetazo, tampoco resuelven nada; no diseñan un modelo económico, no constituyen un plan cuatrienal, ni satisfacen aspiraciones de algún sector en particular.
En la era del espectáculo en la que nos ha tocado vivir hay dos personajes emblemáticos: el exhibicionista y el fisgón.