La muerte de George Floyd en manos de la policía en Minneapolis, Estados Unidos, fue apenas la gota que derramó el vaso. No sólo porque las ciudades de Estados Unidos se levantaron en protesta para decir basta ya de abuso policial, sino por el efecto dominó que generó en muchas partes del planeta para reconocer el racismo en casa.
Cuando se posesionó José Valencia como canciller del Ecuador -hace ya casi dos años- los ecuatorianos lo celebramos como una muy buena noticia. Tras una década, Ecuador tendría un Canciller con experiencia para rencauzar la política exterior y la reputación perdida del país. Y, lo más importante, la promesa tácita de devolver la institucionalidad perdida a una de las pocas islas de eficiencia burocrática en el Ecuador, pues venía de la carrera diplomática.
No sé quién empezó a circular la idea de que el Ecuador no sólo está enfrentando una pandemia de salud, sino también una pandemia de corrupción. Ojalá fuera sólo un oxímoron, pero va más allá. La existencia misma de corrupción –por mínima que sea- en medio de una pandemia global es el síntoma más evidente de que el tejido social ha perdido su más elemental principio: el respeto. Respeto por la vida de los demás y por la solidaridad mínima que debemos tener con los seres humanos que nos circundan. La ética del respeto por la vida, por la salud, debería ser inapelable, inalienable, irrenunciable. Y sin embargo aquí estamos como sociedad, viendo desfilar desde asambleístas y asesores que “manejan hospitales”, hasta bolsas de cadáveres y kits alimenticios con sobreprecio; viendo a un Gobierno que sigue usando el Estado para recompensar aliados sin mérito con cargos políticos innecesarios, mientras falta dinero para garantizar la salud en hospitales urbanos y rurales.
Agustina Giraudy, Sara Niedzwiecki y Jennifer Pribble acaban de escribir un artículo oportuno de política comparada, explicando porqué los estados fueron eficientes o no-eficientes conteniendo el covid-19. Comparan nada más México, Brasil y Argentina, pero las conclusiones bien pueden trasladarse al caso ecuatoriano. La premisa fundamental es la existencia o no de instituciones. Independientemente de la ideología política del gobernante o su carácter, las diferencias radican en cuán denso o arraigado era el Estado antes de la crisis. Lo importante del debate es cuán capaces han sido estos países de ayudar a las más vulnerables. La conclusión es que Argentina y Brasil pasaron el mejor paquete de compensación social, incluso para subempleados, porque sus estados de bienestar son los más desarrollados de América Latina junto al Uruguay, desde los años 30s. Este mismo debate sobre el Estado ha reflotado en las últimas semanas en el Ecuador y con fuerza. Se habla del papel del Estado, a vec
El Ecuador está atravesando tal vez la peor crisis de su historia. Esta vez no le caerá sólo una gran recesión, sino tal vez una depresión económica de terribles consecuencias para toda la población, pero más dura para los más pobres y vulnerables. Y no hay cómo empezar a reconstruir el país, porque todavía el país está en confinamiento tratando de contener una epidemia. Esto es diferente, realmente grave y que será difícil salir sin que todos arrimen el hombro y contribuyan según sus posibilidades. Pero desde el líder de la oposición y tal vez candidato presidencial, Jaime Nebot, hasta el último de los expertos en todo, siempre tienen otra idea de qué es lo que se debe hacer y qué no. Cierto es que el liderazgo en el Gobierno es escaso y deja mucho que desear a la hora de comunicar bien cuál es el camino, los costos, los sacrificios… Parafraseando a un gran amigo, nos faltan un Churchill, un Roosevelt, un Deng Xiaoping. Somos lo que somos. Habrá tiempo en el futuro para ajustar cuenta
Esta es la primera vez que el mundo vive una pandemia global. La última que recordamos es la gripe española y, ésta no llegó a tener alcance global, en gran medida porque la globalización no existía y la trasmisión se redujo a Europa y los países de Europa que participaron en la Primera Guerra Mundial. Así que necesitamos tomar algo de aire, perspectiva frente a lo que enfrentamos. No habrá soluciones simples, ni poco dolorosas. Y las soluciones tendrán necesariamente ser también globales, so pena de volver a una segunda ola de contagio.
Casi todos mis colegas columnistas estarán hablando o del virus o de la crisis. Y quién podría pensar en otra cosa, cuando cualquier idea que teníamos sobre el apocalipsis parece estarse convirtiendo en realidad. Quiero ayudar poniendo las cosas en perspectiva y tratar de cambiar los ánimos de angustia, o peor aún de pánico que muchos pueden estar experimentando en el Ecuador. Creo que debemos tomarlo como una lección: como humanidad debemos aprender a organizarnos, a tener perspectiva, a ser mesurados y a la vez solidarios con las finanzas públicas y privadas porque nunca sabemos cuándo tendremos una crisis ad portas, ya sea una pandemia o una catástrofe natural de similares o peores proporciones. Saldremos.
No siempre tengo la suerte de que mi columna salga precisamente el 8 de marzo, Día de la Mujer. El año pasado escribí sobre la buena noticia de la renovación del feminismo nacional y sobre todo de la lucha de décadas de mujeres como Virginia Gómez de la Torre, Rocío Rosero, Dolores Padilla, Berenice Cordero. Pero siempre olvidamos a otras pioneras que jamás se pondrían el título de feministas, ni aceptarían siquiera reconocimiento alguno. Como decía la gran teórica de las Relaciones Internacionales, Susan Strange, “las mujeres deben dejar de quejarse y volver a trabajar.” Strange quería que la juzguen por ser el mejor ser humano en su área, sin adjetivos ni títulos de género. Mi primer encuentro con esta visión fue Guadalupe Mantilla de Acquaviva. Ella que enfrentó vientos, crisis y tempestades por ser mujer, a quien nunca su padre contempló para sucederlo al mando del este gran Diario nacional, sentenció cuando me invitó a escribir esta columna de opinión (la única mujer en ese entonc
Mi breve balance del año empezará por el Ecuador. Y lo que me quedó claro es que las fuerzas políticas son incapaces de trabajar juntas por el bien común. El país se incendió precisamente por eso, afloraron las peores taras de nuestro pasado -la discriminación, el racismo- y fue contestado con violencia verbal y física.
En la ciudad en que vivo, en todas las estaciones de metro, hay carteles con mujeres diciendo “Me casé de esperar…” Cada cartel tiene un mensaje diferente: Esperar que las crisis pasen, que otros derechos sean reconocidos primero, que la equidad no llegue, que no podemos decidir cuándo y cuántos hijos tener. Y es un mensaje universal. Yo podría estar hablando de las crisis económicas, políticas y sociales que azotan la región y dejar en segundo plano -como siempre- la despenalización del aborto por violación que ahora mismo está en la Corte Constitucional en el Ecuador.
Poco se puede añadir a las múltiples cosas ya dichas sobre las dos semanas que concluyeron. Ya lo ríos de tinta han corrido y los análisis serios están hechos. Sabemos bien dos cosas. Que los subsidios no son sostenibles, ni justos, pero siguen ahí, porque no hemos encontrado ni oportunidad ni forma de buscar salidas inteligentes. Sabemos también que hay una ruptura profunda en el Ecuador que atraviesa todas las fibras tectónicas imaginables: raciales, regionales, urbanas/rurales, clasistas, ideológicas.
¿A quién le pertenece mi vida, mi cuerpo, mi futuro, mi libertad personal? A César Rohon, al arzobispo de Quito y al Vaticano; a un niño bien que heredó su curul y quiso 15 minutos de fama; a seis asambleístas. Sí, éste es exactamente el debate central en el tema del aborto, como en el de la muerte asistida, o en el del uso medicinal de la marihuana: si puede o no el estado (capturado por unos pocos) castigar y penalizar las decisiones individuales, íntimas de las personas. El derecho a la vida es inalienable, indivisible, es sólo uno. Las mujeres no somos una subclase de seres humanos al que sólo debe adjudicarse la mitad de ese derecho o cancelárselo el momento que se queda embarazada. Quedamos reducidas a incubadoras andantes, según la legislación de este país pequeño y capturado por los dogmas repetidos hasta el cansancio cada domingo, la falta de lectura, la mínima reflexión.
Este fin de semana, los países más poderosos del planeta se reúnen en Biarritz para su cumbre anual. Y la noticia central es el caos que enfrenta cada uno interna e internacionalmente. Es difícil recordar una cita más problemática en la historia del G7. Francia convocó la reunión para tratar la desigualdad social, en medio de la todavía reciente crisis de los chalecos amarillos y el ascenso de la derecha nacionalista y anti-migrantes. Pero ahora, Francia y Alemania quieren poner el cambio climático y los incendios en la Amazonía en el centro del debate y convencer a Donald Trump de tomar acciones urgentes e inmediatas.
Donald Trump -mejor conocido en el mundo del comercio internacional como “Tariff Man”- desató la primera ola proteccionista a menos de un año de su mandato. Para enero del 2018, aranceles generales a los paneles solares fueron anunciados, luego fue a los electrodomésticos y siguieron el hierro y el aluminio. Estos dos, significativos porque afectaban directamente a sus aliados más cercanos (Canadá, la Unión Europea, México) y a su propia cadena global de ensamblaje de autos. Y ellos decidieron imponer sanciones también.
¿Alguien se imagina tener un trabajo de por vida, en el que puede quedarse hasta que literalmente ya no lo quiera, porque aún cuando se jubila pueden retornar sin problema; un trabajo donde pueda pedir licencia sin sueldo por varios años e intentar otras cosas, como la academia o posiciones públicas y privadas, y luego regresar a su carrera sin más? ¿Muchos no soñarían con tener una carrera donde vivir en países diversos desde los más atractivos hasta los más exóticos, en las mejores condiciones posibles, sin pagar impuestos, para departir constantemente con reyes, presidentes y primeros ministros? ¿O para promocionarse como candidatos de excepción a cuanta posición en el sistema internacional uno pueda ambicionar? El oficio diplomático es sin duda el mejor oficio del mundo… en cualquier país de este planeta.
El canciller José Valencia no es feminista. Si lo fuera, habría cancelado el asilo y la ciudadanía de Julian Assange ni bien asumir el cargo. Bastaba recordar que lo único en firme contra él eran dos mujeres en Suecia acusándolo de abuso sexual. En todo esto, ellas fueron las únicas que se quedaron sin fórmula de juicio, ni siquiera con el derecho al escrache que da el #Metoo, porque las escrachadas fueron ellas, al ser acusadas por todo el mundo, incluyendo el ex canciller Patiño, de ser nada más que piezas del ajedrez de EE.UU. No se asusten, mi primera frase es apenas un recurso retórico para poner en perspectiva lo de fondo: Lenin Moreno siguió hipotecando la política exterior a Assange por dos años más. Y el Canciller empezó a jugar la trama de Penélope de la política ecuatoriana. Pero el primer canciller profesional en más de una década debió actuar rápido y no esperar la relatoría, de la relatoría, de la opinión consultiva para actuar. Un canciller no es ni abogado de derechos h
Rahaf Mohammed es una chica de apenas 19 años que decidió huir de Arabia Saudita, pero sobre todo de la imposición de un sistema religioso estrictamente patriarcal que no la iba a dejar siquiera escoger a la persona con la cual quería casarse, ni estudiar, ni siquiera vestirse como quisiera. Un día desapareció de casa rumbo al aeropuerto, con un pasaporte falso y llegó hasta Tailandia donde se atrincheró en un hotel de Bangkok hasta que algún delegado de la Comisión de Refugiados de la ONU llegue a buscarla. No era la primera vez que pasaba. Dos hermanas habían tratado de huir de la misma manera, con destino Hong Kong, pero el gobierno chino decidió devolverlas sin mayor trámite. Rahaf se salvó de ser regresada y presumiblemente casada contra su voluntad gracias a una feliz conjunción de coincidencias en política internacional: Tailandia tiene un impasse diplomático con Arabia Saudita desde hace más de una década por un robo de joyas en la casa real de Riad, en la que estuvo involucrad
A veces es difícil superar la mentalidad de silos ó la novelería propia del ecuatoriano promedio. Me cuesta creer que el Ecuador gaste esfuerzos políticos y diplomáticos en crear una Comisión Internacional de Expertos contra la Corrupción.
Cuando ya todos sabemos que estamos en medio de un huracán a veces es difícil distinguir lo importante. Pero es fin de año y el balance es necesario. Empecemos por lo más importante y lo más ignorado : el cambio climático producido por el hombre es prácticamente irreversible. De acuerdo al Panel Internacional de Cambio Climático, el planeta tiene apenas 12 años para volver a los niveles pre-industriales y hacer cambios drásticos en políticas públicas y prácticas cotidianas para evitar la desestabilización de la vida como la conocemos. Para poner cable a tierra con quienes aún piensan que el cambio climático sólo debe preocupar a ambientalistas y académicos, el cambio de 1.5 grados Celsius en promedio a nivel global puede significar el deshielo acelerado de los nevados que proveen de agua a la sierra ecuatoriana, sequías en Manabí y Guayas y escasez de agua potable en las principales ciudades.
Con sorpresa y hasta indignación hemos leído su apología a favor de uno de los candidatos a Rector de la Universidad Central. Sorprende su falta de conocimiento en este tema de importancia nacional y esto lo decimos por el uso no contrastado de los estudios del citado ciudadano y que, además, no constan en los registros correspondientes. Utiliza además algunos datos sobre movilidad de los profesores tomados de los volantes que circulan en la Universidad para apoyar la candidatura.