El 56% de los ecuatorianos decidió conceder a su excelencia, el Jefe del Estado, el disfrute del poder por un periodo adicional de 4 años. Este resultado, que podía haber sido histórico, se vio empañado por la suspicacia, percepción y sospecha (fundamentada) de que no todo fue trigo limpio. Se modificaron leyes y reglamentos acomodándolos a los deseos del candidato presidente, se cambio la forma de distribuir los escanios en la asamblea, se dividieron las provincias grandes en distritos según las encuestas y no según la afinidad como era el planteamiento original; se hizo tabla rasa de expresas disposiciones legales y constitucionales en publicidad y al uso y abuso de los bienes del Estado en la campaña; todo cobijado por la flamante secretaria de la presidencia, llamada concejo nacional electoral, que fue muy ágil y expedito en descubrir la paja en el ojo ajeno, y ciego, sordo y mudo en ver la viga en el propio. También la campaña nos sorprendió al ver a nuestro alcalde de activista político rompiendo así una noble y larga tradición de que los alcaldes de quito eran únicamente Alcaldes de Quito.