Antes de que las crepitantes llamas lo abrazaran, con sus expansivas lenguas de fuego, aquel viejo mostró al partir de este mundo; no la imperturbabilidad del estoico, tampoco la resignación del cristiano; sino la satisfacción de un asceta que exploró más allá de su ermita. Los sublimes pinceles de un Tiziano, transportaron al mundo suprasensible a este venerable anciano. Indomables territorios de la vejez, conquistó con sus épicas batallas de ajedrez. A su paso dejó una enriquecedora estela, cuando terminó de escribir su novela. En esta agitada vida abrazó la danza, para dejar en los pliegues de las memorias un ejemplo de semblanza. Y jamás permitió al monstruo llamado soledad, que emerge desde las profundidades insondables de una existencia yerma, le atrape con su garra, porque a este viejo siempre le acompañaron los acordes de su guitarra.
Hugo Rea Melo