Se ha comentado mucho y justificadamente, las dificultades que presentan las vías de acceso al nuevo aeropuerto.
Sin embargo, casi no se han mencionado las graves deficiencias en el funcionamiento del mismo.
Los problemas se inician ya en los counters de chequeos de pasajes, pues su disposición es tan disfuncional que es imposible evitar las aglomeraciones.
Una vez superado este escollo se ingresa a las salas de embarque en las cuales, dado los frecuentes retrasos de los vuelos por la neblina, se producen escenas realmente dantescas: centenares de personas de pie o sentados en el suelo (incluyendo niños y personas de la tercera edad), con largas filas para el uso de los baños, pues sólo hay una batería sanitaria por cada piso y con muy pocos cubículos, cuadro que es “amenizado” por el llanto de los niños que no entienden por qué no pueden satisfacer sus necesidades biológicas, los reclamos airados y lógicos de los pasajeros, etc.
En la sala B tampoco hay una pantalla informativa de los vuelos, así que es imposible saber la puerta de embarque, la que muchas veces se anuncia pocos minutos antes por altavoces, obligando a carreras desesperadas cuando hay cambios de última hora.
Asimismo, las pantallas del piso superior están todas descoordinadas y cada una da una información diferente.