Mañanas limpias, mañanas frescas. Cielos estivales azules y fríos. Montañas siempre escondidas ahora mostrando desnudas, orgullosas, su belleza.
Los que viven con cuatro estaciones, reviven, se renuevan cuando cambia el clima. Quito es el de la eterna primavera, el de las cuatro estaciones en un día. El de las mañanas soleadas y las tardes mojadas. Pero el verano cambia el ritmo de la ciudad. El sol tempranero trae optimismo y “joix de vivre”, las vacaciones son con extranjeros en ropa liviana y mochila al hombro, preguntando y disfrutando. El ritmo se hace un poco lento. El estrés del apuro y el tráfico endemoniado bajan la guardia. Hay un poco de tiempo para hablar. De otras cosas.
Libros para leer durante el paseo. Amaneceres espectaculares brillan en las ventanas de las casas del Pichincha. Noches estrelladas que se atreven a pensar en poetas, en Becquer y Machado.
Es una tregua. Como la de Benedetti.