Conocido es el hecho, que un negocio de alimentos, necesita de la vivacidad de su propietario para surgir; sabida es la circunstancia, que los diferentes materiales, dedicados a esta ocupación, deben pasar un control de calidad para su expendio. Pero lejos de esta utopía, que rarísima vez se cumple, los intereses monetarios atentan con la salud pública del consumidor en restaurantes, bares o comedores.
El comerciante ha llegado muy lejos, inescrupulosos mienten al cliente, cuando le contestan tan afanosamente, si ese alimento tiene ciertos componentes que le son perjudiciales, como la carne de cerdo, maní, lactosa u otros. Cuantiosos han sido los ciudadanos que se perjudican por ingerir lo mencionado, y otros más, a causa de enfermedades o afecciones que no pueden evitar. Esto se ha convertido en una venta desleal, inmoral e indecente.