Cierto es que la tecnología va venciendo al género epistolar. Pero todavía quedamos los nostálgicos de las cartas y el contexto humano en que se mueve este quehacer que aún sigue vivo. Son parte de la tradición quiteña las personas que durante décadas han mantenido estos puestos de venta de estampillas. Además de sellos, ofrecen otros objetos de papelería y postales. Casi todas son mujeres y viven dignamente de esta noble tarea. Hoy van siendo desalojadas de su hábitat (como en su tiempo lo fueron las cajoneras, los betuneros y los canillitas).
Visitando esta semana la Agencia de Correos de la calle Espejo, me encuentro con la desagradable noticia de que estas personas han sido obligadas a salir de sus quioscos de manera definitiva.
Desconozco a quien o a quienes habrá que recurrir para que esta injusticia no se lleve a cabo. Las cinco o seis mujeres sobrepasan las cuatro o cinco décadas de trabajo en este lugar, y hoy se hallan desamparadas sin saber cuál es su destino. Quito no será el mismo sin esta vieja tradición.