Cuando leí el artículo del Sr. Lolo Echeverría, titulado “Lenin, el desconocido”, publicado el 15 de abril en EL COMERCIO, lo hice con una sensación de ternura y nostalgia profunda y me dije; yo conozco a Lenin Moreno, yo sé quién es.
Así como el Sr. Echeverría cita un viejo proverbio, yo cito otro: “Por sus actos los conoceréis”.
Hace poco más de seis años, en diciembre del 2010, siendo Vicepresidente, solicité una audiencia para mi hija, una joven de 20 años, que estaba en la fase termina de un cruel cáncer cerebral. Ella me había dicho que un sueño que quería cumplir era conocer a don Lenin, porque lo admiraba “full”.
Con mi corazón lleno de esperanza porque mi hija cumpliera su anhelo, dirigí una carta al señor Vicepresidente (ya tenía poder) y sin que haya sido necesario relatar pormenores, esa audiencia se logró. Fue la última vez que vi el rostro de mi hija iluminado por una sonrisa de felicidad plena. Él lo hizo posible. No fueron minutos, ellos compartieron casi una hora y al despedirse mi hija, con una voz apagada por su estado de salud pero con un timbre de sincera alegría, me dijo: “Mami, don Lenin grande, muy grande”. Murió tres meses después.
Relato lo sucedido, tan íntimo, tan doloroso para asegurar, que quien se “da tiempo” para atender a una jovencita anónima, sin “palanca alguna” para llegar a él, tendrá la sabiduría para dirigir un país; tendrá la fortaleza para poner punto final a cosas que se encuentran mal. Sabrá imponerse, sin gritos ni soberbia, sobre la negligencia, la pereza y muchos mandos medios que entorpecen el accionar de un gobierno que debe iniciar con nuevos bríos; con fortaleza anímica y estructural para retirar lo que se debe retirar del camino.
Para llegar a ser Presidente de cualquier país, se necesita del trabajo sin tregua de muchas personas pero sé que don Lenin, respetuoso de esa realidad, no se encadenará, no doblegará su espíritu. Su respeto por la vida, por el ciudadano, por lo grande y lo pequeño, por la patria, fluirá constante por todos los niveles de la administración pública, exigiendo que cada uno de quienes perciben sueldos del erario nacional, sean exponentes de un servicio público honesto, capaz, responsable. Tengo la certeza de que no permitirá que aquellos que sean elegidos para ejecutar su política, se aprovechen de sus cargos para desviar los sagrados recursos del país hacia sus cuentas bancarias o que enfermos de poder, humillen y dejen sin trabajo a quienes honramos la memoria de nuestros padres, cumpliendo nuestras tareas a cabalidad (yo mismo fui víctima de esto último).
La “esencia” de la humanidad está en la empatía, en la capacidad de sentir el dolor ajeno, en respetar la sencillez de las pequeñas cosas y en reconocer con valentía lo que debe ser cambiado, todo eso lo tiene don Lenin y para ello, no se necesita de rimbombante títulos, ni ánimo grandilocuente, se necesita ser Señor y él sí que lo es. ¡Lo conozco!