Sucedió en una época aciaga. Nombrarlo daba terror, y peor aún criticarlo. Dueño y señor de la Inquisición española persiguió a árabes y a judíos, y a católicos que los defendían aunque escondidamente. Un sistema de vigilancia social fue implementado para pescar a los revoltosos.
La finalidad era política y religiosa y esas medidas fueron tomadas para permitir la nueva existencia de España y el nuevo proyecto. Lo que contradecía el orden del nuevo reinado español era considerado blasfemo y sus actores ejecutados. La literatura y escritos eran quemados en presencia de la población, para dar escarmiento público y una exigencia de un nuevo orden de vida.
Era tal el poder de este hombre equivocado, que muchas veces amenazó a los Reyes Católicos que le reclamaban sus excesos. El Papado de ese entonces también lo hizo en algunas oportunidades. Torquemada nunca se arrepintió.
Muertes y penas infamantes sufrieron los distintos. No se permitió la convivencia entre razas y peor aún que se adorara a un mismo Dios de distinta manera.
Alrededor de 1492 sucedieron estas cosas. Las semillas habían sido sembradas con anterioridad por los ‘torquemadas’ de siempre. Para mí, lo sorprendente es que esas prácticas las encontramos hoy y en todas partes del mundo, desde Oriente hasta Occidente.
Los hombres no cambiamos. Los simplemente ‘torquemadas’ y aquellos que quieren ser llamados por sus admiradores: “Mi Dueño y Señor Torquemada”.