A la luz de las últimas revelaciones del caso Sobornos, avergüenza el comportamiento servil y poco ético de algunos profesionales, que en lugar de ondear la bandera del orgullo y anteponer sus conocimientos y su ética al interés personal o de afinidad de cualquier tipo, se allanaron a pedir favores personales, a suplicar dádivas, a rogar por puestitos para “poder pagar su casita”, etc.
La universidades que otorgaron los títulos a quienes así actuaron deben recapacitar sobre las falencias que permitieron tamaños bodrios profesionales, y redireccionar sus procesos educativos y ajustarlos para fortalecer la ética profesional. Lo primero que deben hacer es retirar los títulos profesionales que se otorgaron a quienes desprestigiaron su profesión; los colegios profesionales que los acogieron, aunque sea simbólicamente, eliminarlos de sus registros y retirarles su número de licencia, para evitar que en el futuro implanten las mismas prácticas, dolosas y degradantes desde el punto de vista humano y profesional.
Indigna la lenidad que se evidencia en la pasividad y de las instituciones de educación universitaria y de los colegios profesionales frente a actitudes reñidas con la moral y con la formación profesional de miembros titulados o licenciados por ellos. Esos son silencios cómplices y, lamentablemente, inmorales.
No importan los argumentos legales que se exhiban para justificar su silencio, es una cuestión de compromiso con el país, y esa es una obligación ineludible de las universidades y de los colegios profesionales.
Se debe establecer sanción de inhabilitación para ejercer una profesión que no supieron enaltecer.