Quien recorre con atención el territorio nacional (pienso en los absurdos aunque coloridos casos de Azuay y Cañar), y en él, los alrededores de ciudades y pueblos, advierte una situación lamentable: la presencia de miles y mínimos predios que dan cabida a otras tantas casas, y a insignificantes cultivos de mísera producción, es decir, una ocupación espontánea del suelo, antitécnica, antiproductiva, residencialmente expansiva, que es marginalmente atendida por los municipios, en lo que se refiere a la entrega de servicios, mediante obras cada vez más costosas e inconvenientes. Esta crítica ocupación de la tierra es la que norma el desarrollo de la urbanización de los pueblos y ciudades en el Ecuador, y no al revés: la urbanización planificada.