Si la experiencia del terremoto del 16 de abril nos ha enseñado algo, fue que la grave crisis que afecta al país -y que ahora se ha profundizado- en materia económica, social, institucional, etc., dígase lo que se diga, no puede ser resuelta por la sola voluntad de quien ejerce monopólicamente el poder político. Peor, si se niega a rectificar, a pesar de que las evidencias lo demandan.
La sociedad civil existe. Espontáneamente, acudió para ayudar a las víctimas del terremoto en una hermosa demostración de solidaridad. Eso demuestra que no hemos perdido el espíritu de cohesión que caracteriza a este pueblo.
Sin que nadie lo programe, luego de la tragedia se juntaron la inspiración y el compromiso de la gente para ayudar a nuestros compatriotas en desgracia. Ni el Gobierno se movilizó con tanta agilidad.
Eso prueba que el Ecuador está maduro para transitar por un nuevo rumbo, enterrando los errores que nos deja esta última década perdida en confrontaciones inútiles, en odios y venganzas que han derivado en una absurda lucha fratricida estimulada desde el poder y avivada por el permanente discurso que alienta la lucha de clases.
Como bien lo dice monseñor Alfredo Espinoza Mateus, Obispo de Loja, en su magnífica reflexión pastoral luego de esta tragedia: “Espero que nos ayude a construir porque estoy convencido de que es el momento de unirnos en un mismo espíritu para salir adelante todos juntos”.
Mas allá del fondo de reconstrucción, se impone una moratoria política para iniciar un auténtico proceso de reconciliación nacional. El presidente Correa tiene la palabra.