La humanidad sorda no puede escuchar o no quiere hacerlo. Los tapones de la indiferencia ocultan el sonido armonioso de la palabra divina. El hombre, ocupado en las tareas mundanas, no escucha el mensaje que nuestro Padre Celestial da a sus hijos, por medio de la Biblia.
No todos tenemos oídos dispuestos para escuchar y poner por obra lo que el Señor manda. Con razón Jesús decía con mucha frecuencia: el que tiene oídos para oír, oiga; y los humanos decimos que no hay peor sordo que el que no quiere oír.